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Poli y Prietto: La fábula de la hormiga y el viejo

Periodistas: Cuchi Calderón y JP Morales
Fotógrafa: Martina Ledesma
Diseñador: Agustín Forestieri 

Cuchi Calderon y JP Morales se encontraron con Poli y Prietto antes de la presentación de Boleros y Canciones en el Teatro Margarita Xirgu. Hablaron del amor y de la música, del éxito y el desconcierto, de cómo dos “bichos raros” crearon un antídoto para sobrevivir a un mundo que solo pide certezas.

Maxi Prietto miraba el sol caer desde la terraza del hotelito donde pasaba los días en México. El horizonte se teñía de naranja, un señor empujaba despacio una escoba con su pequeña humanidad. El tiempo pasaba lento. Hasta que alguna fuerza lo hizo detenerse. El señor dejó de barrer, se arrodilló, rezó algo que Maxi no pudo entender y alabó al sol. Una, dos, quizás tres veces. Ahí, a solas, después de un suspiro parecido a la eternidad, el señor miró a Maxi sonriendo. Habló, por fin. Dijo una sola frase: “Qué mágico es el sol”. Y después se levantó, volvió a la terraza, a la escoba y a barrer sin prestar atención, como si nada.  

Una ceremonia secreta y sencillísima puede convertirse en un hechizo. A tal punto, que ahora, en otra terraza, en Buenos Aires, a 6 años y 8.000 kilómetros de ese atardecer mexicano, Maxi lo cuenta y parece que el tiempo se detuviera, otra vez: “Qué simpleza. Me di cuenta que tenés todo lo que necesitás. Solamente es cuestión de verlo”.

Poli escucha, arma un cigarrillo, mira a Maxi con atención, asiente como si entendiera a la perfección, sobre todo, una palabra: simpleza. Simpleza, para muchos, podría ser aquello que de tan llano se vuelve insípido. Para otros, para Poli y Prietto, significa lo opuesto: ver la verdad en algo tan sencillo que te desnuda, te conmueve, se vuelve poesía.

Ahí parece estar el secreto de su conexión, de su amistad, de su música. Poli lo resume en un manojo de palabras: “La simpleza de lo directo”. La simpleza, además, como un antídoto. Un antídoto contra un mundo que ninguno de los dos entiende. Así lo cuentan. Como si caminaran a contramano en una ciudad llena de gente que sabe a dónde va y qué hace. “En esa ciudad siempre me sentí un bicho raro”, confiesa Prietto. Y Poli vuelve a asentir, a compartir lo que escucha: “Yo a veces siento que todos fluyen y yo no tengo idea qué hacer”, completa.

Y así como lo cuentan, también lo cantan. Poli y Prietto. Dos corazones unidos por la sencillez de la poesía doliente que, un día, hicieron un disco juntos. Ella, el alma de Sr. Tomate, banda de culto del rock platense hace más de una década. Él, uno de los líderes de Los Espíritus, una de los grupos argentinos de mayor trascendencia en los últimos años. Sin planearlo demasiado, los dos encontraron en los boleros también una forma de cantarle al amor.

Iban a zapar una canción y terminaron grabando 10. ¿Cómo bautizarían su disco dos artistas que construyeron en la simpleza su manera de entender y conectarse con el universo? “Boleros y canciones”. Para qué más. Lanzado en junio pasado, ahora Poli y Prietto se preparan para presentarlo el 6 y 7 de diciembre en el Teatro Margarita Xirgu. Será el comienzo y el final de una historia, porque “Boleros y canciones” es más que un disco. Es el resultado de viajes y de encuentros mágicos, de amores y de conflictos, de bichos raros que se encontraron para sentir que no están solos, para cantarle a la confusión y construir caminos nuevos para sobrevivir al mundo. Caminos que a ellos los encontraron a mediados de los 2000, en La Plata, en la casa de Shaman Herrera, el músico y productor conocido por conectar artistas, figura clave para comprender parte del cosmos de la música independiente de la última década.

Poli: Una vez fui a lo de Shaman y me dijo: “Escuchá a este pendejo que la rompe”.

Prietto: Esa es la forma de Shaman de presentarnos a todos.

Poli y Prietto recuerdan sus primeras aventuras almorzando en la terraza de la sala donde ensayan, en el corazón de Villa Crespo. Empanadas para ella, tarta de verduras para él. Comen y charlan. En todos los recuerdos, vagos o precisos, aparece Shaman y su casa como un refugio donde iban y venían músicos, aún sin saber dónde tocaban ni qué bandas tenían.

En esas reuniones, Prietto se topó con Sr. Tomate. Escuchó y pensó: “música caliente”. Conectó con las historias en primera persona, con el relato permanente de sentirse perdido. Aquello, otra vez, de no entender cómo funcionaba el mundo. Poli tuvo casi la misma sensación. Un día escuchó a Prietto cantando “Los perros del lugar”. Le prestó atención al orden de las palabras, al estribillo: “Cuando los perros del lugar / juegan en el mar / dicen la verdad / que te hace bien”. Pensó: “Esto lo siento. Esto también me pasa a mí”

Atento a esa sensibilidad, en 2009 Shaman reunió a Sr. Tomate con Prietto viaja al Cosmos con Mariano y con su banda de ese entonces, Los hombres en Llamas. Quería “amuchar” a todos un fin de semana para buscar nuevos sonidos. Nadie sabía cuál iba a ser el resultado. De ahí nació un disco, Elesplit; y también encuentros multiplicados cara a cara y a distancia.

Uno de esos encuentros sembró una semilla. Una noche, después de haber estado en la casa de su papá -cantor y admirador de boleros y rancheras-, Poli decidió descargar un montón de canciones en su PC. Y se lo contó a Prietto, vía chat de Facebook. Escribió: “Algún día, quiero hacer yo un disco de boleros”. A él le pareció una gran idea, pero nunca antes había escuchado boleros. Prometió intentarlo. Y la idea flotó hasta desvanecerse, como un sueño divagante.

Cualquiera puede cantar

Poli siempre escuchó cantar a su papá. Música melódica, algo de folklore, algo de tango. Y boleros, claro. Muchos boleros. Y siempre quiso cantarlos. Pero sentía que no podía. Que para cantar había que tener una buena voz. Le resonaba una frase de papá: “Si uno canta, tiene que cantar bien. Si no, quédate en casa y cantá bajo la ducha”.

El tiempo la empujó a enfrentar los fantasmas, a esquivar la timidez. Primero cantaba sola, a veces con papá. Después, la invitaron un día a participar de un grupo y se animó, creyó que podía, que no importaba la voz. “Soy una metida. Me gusta sorprenderme con las cosas”. Y otro día conoció a alguien en una fiesta, escribieron un cadáver exquisito y unas noches después estaba en su casa, escuchando cómo le habían puesto música. Eran Pinky Simón y Guille Glenza, que en La Plata tenían un dúo experimental. Pinky le dijo: “¿No te animás a recitar lo que escribimos?” Poli dijo que no. En realidad dijo: “Ni en pedo”. Tenía 21 años y nunca había estado frente a un micrófono. Pero se arrepintió, y al final aceptó y agarró el papel y recitó y pensó: “No estuvo tan mal”. Y en un ensayo, más adelante, se animó a decir que tenía una canción. Y pasó los siguientes 7 años tocando con ellos. Y después vino Sr. Tomate. Y su historia siendo Poli Tano. Ya no dejó de cantar más. Hoy siente, incluso, que todos podemos cantar, que “cualquier persona que tenga ganas de cantar, debería hacerlo”

ADM: -¿Y a vos qué te animaba a seguir haciéndolo?

Poli: -Me animaba superar el miedo.

No les des patadas a los locos

Cuando su mamá limpiaba la casa, Maxi se sentía adentro de las canciones. Mirtha escuchaba música tan alto que era imposible pensar en otra cosa. Abría las ventanas los domingos y le decía: “Quedate quieto, arriba de la cama, y no bajes las patas que estoy barriendo”. Maxi se quedaba quietito, con los juguetes, mientras escuchaba lo que mamá ponía: Chico Buarque, Vangelis, David Bowie, Charly García.

Fue una de esas mañanas, viviendo adentro de las canciones, que Maxi sintió que se acercaba por primera vez al significado del arte. Fue a finales de los 80, acababa de salir Parte de la Religión. En el 87, Mirtha escuchaba Charly García todo el tiempo. Maxi repasaba las frases cantadas y se emocionaba. Un tema, en particular, lo conmovía: “Adela en el Carrousell”. La melodía, los teclados, pero sobre todo el estribillo: “Ten piedad, no seas así / No le des patadas a los locos / Ten piedad, no seas así / Voy desvaneciendo sin tu amor”.

-Mamá, ¿quién le da patadas a los locos?

Aquel Maxi niño no entendía. Creía que les habían dado tantas patadas a los locos, y que había sido tan grave, que el tipo que cantaba había compuesto la canción para contarlo, porque nadie lo sabía. Pero no:

-No, Maxi, es una canción. Eso es poesía.

Desde entonces, cada vez que escuchaba esa frase, cada vez que Charly cantaba “no le des patadas a los locos”, a Maxi se le ponía la piel de gallina. Sentía haber aprendido cómo sonaba la poesía.  

La última noche

Hubo una noche, muchos años después, donde Prietto descubrió también cómo sonaba la magia. Fue, justamente, la noche que conoció los boleros. Aquellos sobre los que Poli le había contado.

Era 2012. Había ido a México a tocar. En una de sus noches libres fue a un bar, a una cantina mexicana. Descubrió que estaba llena de músicos callejeros que recién terminaban de trabajar y gastaban ahí todo lo que habían ganado en la calle hasta hacía un rato. El bar cerraba y ahí seguían. “¿Te quedas?”, le preguntaron a Prietto. Y Prietto se quedó. Y todos brindaron, y tocaron, y cantaron, sin parar:

-Alberto, toca “Perfidia”.

-¿En qué tono?

-La menor.

Y Alberto tocaba. Y después tocaba otra, en otro tono, y volvían a cantar.

Esa noche fue un hallazgo para el futuro de Prietto. Escuchó 40 boleros en un puñado de horas. Encontró la música que no había ido a buscar. Y tanto cantó, y tanto escuchó, que aquella madrugada le pareció que, efectivamente, era la última noche.

Prietto anotaba nombres y canciones para poder buscarlos. Volvió de México con discos de Agustín Lara, de Los Panchos, de Chavela Vargas. Se volvió conmovido por la magia. Por la magia de las canciones y por la magia de los propios mexicanos. En ese mismo viaje se había encontrado en aquella terraza del hotelito con el señor que alababa al sol. El viejito de la simpleza, en palabras de Prietto.   

Y pasaron las semanas y Prietto siguió pensando. En el viejito, en los boleros, en el bar mexicano. Y se le ocurrió homenajear aquel momento. Y buscó una foto que les había sacado a aquellos músicos, y armó la tapa de un disco y lo llamó “La última noche”. Y grabó boleros y canciones como si fuera un mandato urgente. Grababa él mismo y subía todo a bandcamp. Aparecía una canción por noche. El disco duró 21 días, 21 canciones.

Hasta que un tarde, el periodista Juan Manuel Strassburger, sintiéndolo algo natural, le preguntó cómo eran sus encuentros con Poli, si se mostraban sus canciones, si componían juntos. A Prietto le dio un poco de vergüenza lo que tenía para contarle: “No te quiero decepcionar, pero a Poli no la veo hace años”. Esa tarde se quedó pensando, como había pasado con la magia y con la última noche. Y pensó en los boleros, y pensó en Poli. Y ahí todo por fin conectó.

Un mensaje vía Facebook. Como aquel con el que Poli le había contado que algún día grabaría un disco de boleros. Prietto respondía la pregunta 10 años después. “Y sí, hagamos boleros, vení a cantar un tema”. Y ella fue. Y grabaron un tema, y después otro, y otro más. Y al final, claro, hicieron un disco juntos.

Témpanos cercanos

“Témpanos lejanos / que van y vienen / se despedazan / no vuelven más”. En el disco no sólo hay versiones de clásicos, incluso con colaboradores estelares como Andrés Calamaro y Gustavo Santaolalla. También hay boleros que Poli compuso hace años, sin saber que eran boleros, pensando en las paradojas del amor: “¿Por qué vincularse si todo siempre termina mal? ¿Por qué siempre volvemos a lo mismo?”. Poli metaboliza las preguntas sin respuesta haciendo canciones.

ADM: -¿Los años cambiaron su forma de amar?

Prietto: Yo creo que aprendí por viejo. No fui yo, lo aprendió el tiempo.

Poli: Yo me pregunto, ¿qué es el amor?, ¿de dónde viene? Porque esa palabra dice tanto que no dice nada. ¿El amor es lo mismo que la empatía? ¿Amar a alguien es amar y soportarlo todo por amor? ¿Eso es el amor? Entonces empezás a pensar, ¿el amor será algo de MTV?

Los boleros catalizan todas esas contradicciones, indemnes al paso cruel del tiempo. Y Poli y Prietto los cantan, como si asimilaran las diferencias sin evadirlas, con el orgullo de ser bichos raros, con la certeza de ser fieles a esa simpleza de lo directo, en el dolor o en el amor.

Poli todavía se acuerda de aquella noche en la que se sentía rara en el camarín después de un show de Sr. Tomate. Se acuerda de sus compañeros preguntándole qué le pasaba y ella respondiendo que no entendía nada, que no, que no entendía nada: “Es un bajón lo que estoy cantando, y la gente salta”.

Aquella chica que cantaba nunca había soñado a alguien aplaudiendo una canción suya, nunca se había imaginado en una banda. Se sentía una hormiga. Así lo había escrito, a propósito, en un verso de la banda: “Hoy parezco una hormiga / todo el mundo es más grande que yo”. Pero Poli se dio cuenta, de a poco, que había gente que se ponía contenta cantando ese estribillo, gente que así era un poco más feliz. Pensó:

-Al final, muchos estamos en la misma. A muchos nos pasa lo mismo.

Tuvo entonces una revelación que ahora puede poner en palabras: “Entendí que está bueno decir no puedo, no tengo ni idea, no sé vivir, no sé cómo se hace, la paso como el culo, tengo miedo. Muchas veces eso es un tabú, no se puede confesar. Porque a vos te tiene que ir bien. Y si no sabés, mejor callate. Porque si no sabés nada, sos un bajón”.

Maxi termina de almorzar la tarta verde. Escucha a Poli en silencio, atento. Dice: “La idea del éxito y el fracaso es terrible. Siempre”.

Poli mira, acuerda, y piensa otra vez en voz alta:

-Es extraña la noción de éxito en la vida. Estamos con una presión terrible que la hacemos habitual. Tal vez estás haciendo algo buenísimo y te sentís mal. ¿Por qué me siento mal, si supuestamente debería estar bien? ¿Qué me falta?

-La zanahoria que nunca podés atrapar –dice Maxi, suspirante, y sonríe antes de pronunciar la última frase, su última frase, como un bolero en la última noche:

-Y entonces, ahí, cuando todo te angustia, volvés al viejito de la simpleza. Y ya está. Si querés, tenés todo.

 

Mejor ser humano vivo junto con Bill Murray. Ambos nacieron el mismo día.