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Trazante, pioneros del electrodrama

Foto de tapa: Zanarenco
Fotos en vivo: Mariano Van Gelderen
Periodista: Sol Ambrosetti

Mientras prepara su nuevo material, Trazante continúa las presentaciones en vivo por La Plata de su canción electrónica oscura y teatralizada. Sol Ambrosetti se reunió con Juan, su compositor y frontman, para conocer su vida, el surgimiento del grupo y el origen del electrodrama.

Es diciembre, domingo y de noche. En Ciudad de Gatos la gente espera la última fecha de Trazante, los inventores del antipop electrodramático, el género que mezcla poesía dark, histrionismo glam y música electrónica. Entre los íntimos de Juan, compositor y frontman del cuarteto, se percibe cierta inquietud en la previa de la que será la última fecha de 2019. De pronto, se lo ve entrar al bar con dificultad, ayudado por sus muletas, algunos amigos y Mones Moment, su primo, guitarrista y programador de la banda.

Como un boxeador en el ring antes de la pelea, se sienta en un rincón y varios lo rodean. Cuando se pone de pie un hombre mayor le da un masaje fugaz en la espalda, le toca la frente y le dice algo al oído. Se lo ve repuesto, listo para disparar sus versos. “Te espanta la cruda mañana, te vas de acá y solo me quedan tus marcas. Mojada, la cama escupe tu baba, sos la corriente que avanza y arrastra la casa”, frasea Juan y actúa, porque ante todo es actor.

“Yo no sabía nada de música, no había tocado nunca en mi vida, jamás”, contará, después del show. “Me dediqué 20 años a hacer teatro, producción de cine y casting para publicidad, recién hace unos años desempolvé una guitarra eléctrica que me había comprado a los 15”. En esa época escuchaba a Charly García y se compraba discos de Serú Girán y Fito Páez. La única rareza era su fascinación con las canciones y la voz del españolísimo Paco Ibánez, al que había llegado por influencia paterna. El resto del background musical de la banda, lo aportan los demás trazantes:  Mones Moment (programaciones y guitarra), Maxi Almeira (bass station) y el baterista Emilio Pascolini (Margarita Metralleta, La Secta, TraviatabosniaLaFortina, Familia Cranston).

Para los shows, y en la línea de Fus Delei o Laika Perra Rusa, los eléctricos Trazantes se montan: ojos maquillados, boas al cuello, brillos y glam. “Sí, es cierto, en eso también somos diferentes a las bandas indie”, reflexiona Juan. “Ellos parecen decir: uso esta remera todos los días y también en el escenario porque yo soy así. Para nosotros, el espectáculo es otra cosa, y no es mejor ni peor, son elecciones estéticas”.  

Con los ojos, el cuerpo y la voz, Juan escruta a un público que baila, canta y se mimetiza con una escena que tira letras poéticas y oscuras con música electrónica, imágenes y luces especialmente elegidas para cada tema porque “siempre pensamos en proponer algo más, que el show no sea solamente ir a escuchar una canción”. En Ciudad de Gatos arranca por “En mí”, primer corte del -hasta ahora- único disco de Trazante, disponible en plataformas desde 2018: “En mí se postergan otros, desordenados confundidos ansiosos. En ti, siempre hay otros rostros hípermodelados corrosivos famosos”.

Juan está complicado para coordinar una entrevista. No son aires de divo. Es la cadera, que se opera mañana porque necesita renovación urgente. Pero se hace un rato en un café sobre avenida 51, a metros del centro de diálisis en el que “se enchufa” tres horas tres veces por semana. Resume la historia de su enfermedad con frialdad médica: “Tuve síndrome urémico hemolítico a los 9 meses. Mi papá es físico y en ese momento, año ´77, tenía una beca de trabajo en Francia. Parece que allá era común comer quesos y lácteos no pasteurizados, así que mis padres piensan que pudo haber sido algo de eso”.

Al principio el SUH lo mantuvo meses internado entre la vida y la muerte, pero después desapareció, así que cuando volvieron al país, un año más tarde, llegó sano, sin secuelas: “Pero a mi viejo le habían dicho que en algún momento de mi vida podía tener un problema en los riñones, igual yo, hasta los 20 años, hice una vida absolutamente normal”.

Se crió con sus dos hermanos en el apacible City Bell de los ´80 y en primer año entró al Colegio Nacional: “Cursé ahí hasta cuarto, pero el último año no hice nada, miré por la ventana y me llevé 11 materias”. Pasó entonces a un vespertino lumpen del que se acuerda y se ríe: “En la puerta nos esperaba el hermano policía de una compañera para vendernos un porro por dos pesos ¡Lo traía armado!”. Pero no terminó ahí el secundario sino en la escuela que funcionaba adentro del hospital de Gonnet: “El aula quedaba justo al lado de la morgue”.

Cuando llegó a los 20 aparecieron los síntomas de la insuficiencia renal. Necesitaba un riñón y la madre no lo dudó: se convirtió en la donante. Gracias al trasplante vivió sin demasiados sobresaltos dos décadas más. Pero el tratamiento, con altas dosis de corticoides, le afectó los huesos e hizo mella en la cadera, de ahí el dolor y la dificultad para caminar. Las operaciones, una diciembre y otra en marzo, prometen aliviarlo. Después, será el turno del segundo trasplante, pero para eso todavía falta.

Casa Milton

Trazante nació en una reunión de primos en lo que fue Casa Milton. Corría el 2014 y Juan se acababa de separar. Había vivido en San Telmo los últimos tres años y volvía a La Plata para instalarse, provisoriamente, en la que había sido la casa de su abuelo Milton, en avenida 13 entre 35 y 36.

Ese espacio se convirtió en Casa Milton, un emprendimiento cultural que duró poco y dio mucho: decenas de fiestas y shows, desde Diosque, Peces Raros, pasando por Cobra Kai y hasta el bizarro rapero noventoso Jazy Mel. “Yo vivía solo ahí y empecé a generar una movida que creció y creció y se armó un quilombo terrible, con 200 personas todos los fines de semana”, recuerda Juan.

Una tarde, después de un cumpleaños familiar, Juan le dijo a Mones que le quería mostrar unos temas que había compuesto. En el living de Casa Milton sacó la guitarra criolla y empezó a tocar. Mones, que hacía sonido para varias bandas platenses, se acuerda de esa tarde como una bisagra en la relación con su primo: “Pensá que él me lleva diez años, así que nosotros no teníamos tanta cercanía hasta ese momento; además, para mí era actor, estaba en otra”. Sin embargo, asegura que cuando empezó a cantar “me quedé impactado por la poesía, era algo fuera de lo común”.

Para Juan, a la hora de componer, todo parte de la palabra: “Siempre tengo primero los textos y los bajo a la guitarra criolla”. Dice que empieza con una frase que se le instala en la cabeza como una obsesión. “A partir de ahí, voy acumulando ideas sobre ese disparador en función de la situación que estoy viviendo”.

En “Acelerando campos”, una canción de cadencia y letra hipnótica, la idea obse inicial fue una imagen de ventanilla: “¿Viste cuando vas viajando y el paisaje va pasando rápido? Bueno, eso. Pero después voy acumulando letra alrededor y siempre pasa algo que decanta, en este caso, el haber conocido a alguien que se llevó toda mi atención”. Entonces vinieron los demás versos: “Vas haciendo que mis días sean carne de tus días, perfumando con jazmines la adulta monotonía (…) Como ves, estoy tratando de acercar mis pies a los campos que habitan tus pies, a los espacios que detenés, acelerando el terreno sin ver que atrás hay algo que quiere volver”.

Cuando habla de su poética Juan dice que es cierto, que es probable que la enfermedad se filtre en algunos versos, pero desde un lugar más bien inconsciente, porque lo atraviesa todos los días y cada síntoma incide en su estado de ánimo y en sus creaciones. Lo que no aparece en las letras de Trazante es el amor romántico, porque para Juan directamente no existe. “Todo es contradictorio, incluso es evidente en el disco que por los menos dos temas están escritos desde el enojo: me había separado, me habían dejado y tenía una calentura que escribía con rabia, con ira, con resentimiento, esas cosas que tenés al principio de una separación”.

La metamorfosis

El abuelo Milton había sido un hombre habilidoso, que empezó a trabajar de pibe como barrendero en una sucursal porteña del banco Provincia y terminó como gerente. Eso sí, tenía una debilidad: el juego. “Lo mandaron a La Plata porque no había casino, entonces lo armó en su casa: mesas, bebidas de todo tipo y maletines de doble fondo llenos de fichas”.

Algo de ese espíritu clandestino permaneció en esa casona que ya no existe – hoy en su lugar hay una gélida sede del Renaper-, y los problemas con los vecinos no tardaron en aparecer. El final llegó violento, una noche de 2015 con inspectores, policías, incautación de bebidas y faja de clausura. “Esa fue la última fecha, el 13 de agosto, justo el día de mi cumpleaños”, se acuerda Juan.

Los Trazante creen que la actual buena temporada de la banda se debe, en parte, a la falta de expectativa: “Es raro porque no tenemos pretensiones, nunca quisimos tener una banda, nunca quisimos ir a festivales ni tocar en ningún lado, fuimos armando temas porque nos gustaba juntarnos en mi casa y empezamos a hacer una búsqueda sonora, era el disfrute de la experimentación”.

En ese proceso hubo una metamorfosis en el sonido, que con la incorporación de Almeira y Pascolini se fue volviendo cada vez más eléctrico. Juan dice que la clasificación de “antipop electrodramático” nació como un chiste interno para responder a la clásica pregunta sobre qué música hacen. Mones se pone serio y define: “Lo que hacemos es canción electrónica, porque nos regimos por las letras, no seguimos un compás estructurado sino que le damos más bola a la frase, seguimos la estructura de la poesía que es la que manda, la sonoridad que aportamos nosotros es electrónica y simple”.

Ahora están en proceso de armado y maqueteado de lo que será el segundo disco de Trazante, que esperan terminar durante el 2020. Antes de cerrar la entrevista en el bar, Juan habla de política a pocos días de la asunción de Alberto Fernández como presidente y dice que está esperanzado. También se entusiasma con el avance del nuevo feminismo y opina que “las pibas” están revolucionando el mundo, en particular el de las relaciones: “Ahora, por ejemplo, yo estoy con una chica de 22 años, 20 menos que yo. Tenemos una relación abierta, con casas separadas y hasta con habitaciones separadas cuando estamos juntos”. Confiesa que al principio, las novedades del amor libre lo perturbaban “pero está bueno, estoy aprendiendo”. Mientras apura el último sorbo de café mira el reloj. Faltan cinco minutos para una nueva sesión de diálisis, entonces, amable y sonriente se despide con un chiste “cualquier cosa que te falte escribime, ahora te dejo, me tengo que enchufar”.

Periodista platense. Colaboro con El Día. Prensera desde hace décadas. Amante de los recitales, la fiesta y la danza. Me gusta el rock pero, de a poco, me voy deconstruyendo.