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Cannabis: Una generación que (se) planta

Jazmín Esquivel, Melanie Williams, GULI y Chacal son artistas jóvenes de la escena emergente bonaerense que pertenecen a una generación que fuma, planta y habla de porro. Ellxs se asumen usuaries de cannabis y no temen al estigma: la escena musical les da la posibilidad de nombrarlo. 

Texto: Malen Sabella y Lorenzo Amante

Fotografía: Luciana Demichelis

En el furgón circula un prensado. El Mitre va lleno y Jazmín viaja sentada a su casa en Saavedra. Sobre la falda lleva su mochila con un frasco transparente dentro repleto de cogollos. El frasco está arrojado en el fondo de la mochila sin más recaudos: no tiene miedo. No la van a parar. Sabe que piensan que es una “nena clase media”. 

En el mismo vagón les pibes que vienen de laburar en microcentro llevan escondido el porro en un pan; la miran. Ella devuelve la mirada. Saavedra y Constitución. Dos mundos opuestos, piensa. En Parque Saavedra la gente fuma porro y no se esconde para hacerlo, hay una vibra de que no pasa nada, nada ilegal

Giran el prensado y le toca:

No, gracias—le responde Jazmín al pibe, que le extiende un porro con la mano. 

Ah, claro. Vos seguro fumas floresle responde rápido. 

Sí, la verdad que sícontesta. 

El pibe se le caga de risa en la cara. 

Claro, vos la podes plantary le sostiene la miradayo no tengo el espacio. Y si planto, me llevan preso. 

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En Argentina el cannabis se clasificó como una droga peligrosa durante la dictadura en 1963. Ese año el país adhirió a la Convención Única de Estupefacientes de 1961 que se realizó en Estados Unidos, y que catalogó al cannabis como una sustancia altamente adictiva y con escaso o nulo valor terapéutico. 

A partir de ese momento y con la ley 23.737 de ‘Tenencia y tráfico de estupefacientes’ que penaliza el cannabis y otras sustancias, empezó a instalarse un discurso y una política de drogas que demoniza la planta y asocia la marihuana a la adicción, al consumo problemático y a la delincuencia.  

La ley 23.737 que criminaliza las sustancias psicoactivas tiene casi los mismos años que la democracia. Penaliza, entre otras cosas, la circulación de semillas, cogollos y plantines ‘obsequiados’ con penas de 4 a 15 años de prisión según la cantidad. Es más grave, en su pena mínima, 3 años, y en su máxima, 10 años, que incendiar voluntariamente un bosque.

La represión selectiva es la contracara de la clandestinidad y la prohibición. El cultivo de marihuana se convirtió en una actividad privilegiada de personas con tiempo, tierra y dinero para hacer crecer sus plantas; para otres despojades de esos privilegios y arrojades al mercado negro, a la discrecionalidad policial y a la suerte, el porro se convirtió en un potencial riesgo: una noche en un calabozo, un allanamiento, una causa judicial, una condena de hasta 15 años.

 «La policía pasa y el juicio es evidente. A esa gente de clase media no la debemos tocar, pero a estos pibes los vamos a llevar en cana porque tienen un prensado”», reflexiona Jazmín sobre la secuencia del tren. El imaginario de «nena clase media», la vibra del Parque Saavedra, el privilegio del cultivo se sostienen en un discurso, en un imaginario en el que la clase media pareciera estar exceptuada del flagelo de la droga. 

«Ahí se reproduce el estigma de pensar que el porro es una cuestión de la marginalidad, de la otredad. No sólo en la policía, incluso en el resto de las personas. Está la idea en algunos de “yo lo puedo usar bien porque soy una persona trabajadora y del bien”. No es así para nada. Cada uno lo usa como quiere, pero no me parece que nadie tenga que tener mayor o menor permiso de usarlo», dice Jazmín.

El último siglo de la historia es de clandestinidad, pero las plantas psicoactivas tienen un largo pasado. Existen registros de hace más de 10.000 años de humanos usando cannabis y también existe mucha bibliografía sobre “las plantas de poder” en rituales indígenas y ceremonias religiosas, sobre el valor medicinal y curativo de las plantas psicoactivas; inclusive sobre el uso que hizo Manuel Belgrano de las plantaciones de Cáñamo. 

La guerra contra las (personas que usan) drogas empezó con Richard Nixon en Estados Unidos, por promover la “contracultura” y estuvo desde el principio influenciada por la Doctrina de Seguridad Nacional y la noción del enemigo político interno; desde entonces se instaló y reprodujo sistemáticamente el estigma de que el porro es un problema de la marginalidad. Estas políticas sentaron las bases de un modelo que es punitivista y clasista, y que recae sobre el eslabón más débil de las redes ilegales: les pibis, las diversidades sexuales, las mujeres y les migrantes. 

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Hay un encuentro generacional que se da en la experiencia del primer porro: el prensado. Es un conjunto “pegajoso” de cosas, dice GULI. Una combustión de desconocida procedencia que fue la iniciación de la cultura cannábica de no hace tanto. 

El primer porro de Chacal fue a los dieciséis: “A esa edad fumábamos mucho prensado y la verdad es que te quedaba la cabeza estallada”.

«Tuve mi propio porro cuando lo empecé a cultivar, hace tres años. Y ahí sí, me gustó mucho más porque sabés qué estás consumiendo, es eso lo que a mi no me copa tanto; no saber qué es lo que estoy dando a mi cuerpo, qué me estoy metiendo. Y justamente el prensado es cualquier cosa», cuenta Melanie. 

«Cada vez hay más data, más información y hay muchos países en los que ya es legal. Una vez fui a tocar a Canadá y me acuerdo que un amigo fue a comprar a un Smoke Shop, un local que parece de ropa pero es de porro. Era para consumo medicinal, mi amigo le contó lo que le pasaba y le dieron una cepa especialmente para lo que quería, otro plano del porro que acá no conocemos». 

Un hecho que repercute en la concepción del cannabis es el acceso a la información y divulgación. No hace mucho tiempo atrás, no existía una división clara entre las distintas sustancias, todo cabía dentro de una misma bolsa que reforzaba el imaginario de adicción. “Ahora está mucho más normalizado, entonces no es algo tan tabú como antes; como me dijo mi mamá: la planta de falopa”, opina Melanie entre risas. 

O como cuando fumó su primer porro a los catorce, quince años: “Algunes compañeres de la escuela se habían enterado y me decían ´no, no caigas en la droga´, cuenta usando una voz fantasmagórica y moviendo los brazos; “y nada que ver, yo sabía que no era así”.

GULI en sus letras habla del porro, dice que es algo importante para él, porque busca conectar con gente que ve a la marihuana como una medicina y que “frente al estigma, la única manera de no tenerlo, es no exponerse”: y eso no es una opción. “Para que se legalice hay que hablar: somos muchos los que consumimos de manera sana y sin joder a nadie».

Particularmente, en su producción YATE, un álbum que lo considera lúdico, la canción M.M.B.F comienza diciendo: ‘Marihuana must be free, marihuana ser feliz, legalícenla, legalícenla’.

¿Pensás que es una canción de protesta?

Tiene un poco de eso, porque la letra lo dice, digamos. Lo que dice la letra lo creo totalmente. El cannabis tiene que ser libre, es una medicina y todo lo que dice la letra lo siento. 

¿Te importa cargar con un posible estigma de porrero?

No tengo problema. Imaginate que si por algo hago tantos temas hablando de porro, es porque a esta altura… ya no me importa.

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El comienzo de la cuarentena y el encierro fue un cóctel de ansiedad amplificada. Coincidió justo con la época de cosecha. Les cuatro artistas tienen sus propios cultivos en exterior,  y una vez realizada la etapa de secado y curado, usaron el cannabis para explorar la sensibilidad; tanto en la escucha como en la composición.

Melanie dice que fuma porro para bajar al presente. “Imaginate bajar al presente y escuchar una canción. El cannabis te da el poder de escuchar, de vibrar; cada sonido con presencia. Muchas veces, como soy muy enérgica, me pega muy creativo, me divierto mucho. Estando en la tranquilidad podes conectar realmente con eso”, afirma.

Y agrega: “Ahí empecé a darle más bola: guardarme cuando estoy sola y quiera conectar con mi parte creativa: me fumo una seca y me he encontrado creando cosas muy buenas;  dejarme llevar por la intuición del presente, precisamente, está buenísimo”.

Chacal opina sobre el uso consciente del porro: “Me parece que es parte de algunas de las cosas que siento que le hacen bien a mi vida. Como en la vida misma, creo es importante el autoconocimiento y la educación emocional como para encontrar un balance. Creo que lo mejor es poder informarse y educar emocionalmente a las personas, para poder tener mayor libertad a la hora de tomar una decisión”. 

GULI lo considera muy importante en su vida. Le funciona como un ansiolítico, una fuente de inspiración; es consciente sobre el uso que le da: “no tengo un problema en cómo lo consumo. Mi problema es más cuando me quedo sin; sinceramente. Cuando estoy sin porro me afecta un poco el humor, la motivación. Eso obviamente es un problema, de alguna manera, pero si yo te digo: ¿dejaría el porro? No, por mí tendría siempre, no me trae problemas en la vida, no es que yo fumo porro y veo la tele todo el día. ¿Entendes? Yo fumo porro y laburo, me junto con gente, toco, compongo, de todo. Entonces el problema pasa más cuando estoy sin, lo siento mucho. La abstinencia”.  

La importancia de asumirse como usuaries del cannabis radica en poder diferenciar entre uso, consumo y abuso. Aquí está lo esencial: Melanie al principio de la cuarentena reconoce haber tenido un exceso de consumo cuando cosechó su planta:

“Si te fijas eso está relacionado a la sociedad de consumo en la que vivimos, que te dice todo el tiempo consumir, consumir, consumir. Estímulo de todo tipo, desde la comida, la bebida, internet, las redes. El cannabis no es la excepción. Tuve esa experiencia puntual de exceso en la cuarentena y dije no; esto no está bueno. Hay que tener conciencia respecto a lo que consumimos”.

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Con el autocultivo la relación dealer/consumidor se desvanece, el cannabis vuelve a la tierra y es lo que es: una planta. Se la quita de la relación comercial, surge otro vínculo social y una nueva figura legal; cultivadores solidaries. Se achica el margen de exposición de la gente a las redes de ilegalidad y al narcotráfico; y se reconoce la función social y medicinal del cannabis terapéutico.  

En la actualidad el escenario es esperanzador: el cambio de gobierno renovó las posibilidades de reabrir las discusiones en materia de Derechos Humanos y Salud Pública. Sin ir más lejos, a mediados de noviembre, el gobierno con la firma de Alberto Fernández, publicó por decreto en el Boletín Oficial la nueva reglamentación de la ley 27.350 que el Ministerio de Salud había propuesto en julio pasado.

Esta reglamentación busca remendar una agujero legal que la administración anterior había dejado, que obligaba a les usuaries medicinales a recurrir al mercado ilegal. Para ello creó el Registro Nacional de Pacientes en Tratamiento de Cannabis (RECANN), donde les usuaries medicinales deberán inscribirse para obtener la autorización de cultivo. Este nuevo marco legal impulsa la producción pública de aceite de cannabis, el cultivo personal o colectivo con fines terapéuticos, la venta de aceites en farmacias y garantiza el acceso para todas las personas sin obra social. 

Además las diputadas del Frente de Todxs, Carolina Gaillard y Mara Brawer, impulsan dos proyectos de ley en el Congreso Nacional para que vuelva a haber producción local de plantaciones de Cáñamo y para que se apruebe una nueva ley de cannabis medicinal que garantice un marco legal más integral al actual, que también contemple la producción y exportación de cannabis medicinal.

Finalmente, después de 31 años y más de una veintena de proyectos enviados al Congreso para reformar la ley de «Tenencia y Tráfico de Estupefacientes”, el Ministerio de Seguridad Nacional está impulsando debates en comisión con jueces, abogados y expertos para actualizar y reformar esta ley. En este contexto, asumirse usuarie de cannabis implica un paso importante hacia la desestigmatización. 

Ser usuarie es una postura que implica problematizar los usos que une hace: por diversión, por placer, por experimentación, por una búsqueda espiritual, de manera medicinal o por otras razones. Pero fundamentalmente, es un aporte a la transformación social para dar lugar a la posibilidad como sociedad de dejar de ver el “problema” de las drogas en la otredad, en la marginalidad; es dar un salto político hacia la descriminalización de les usuaries y del eslabón más débil de la redes ilegales. Asumirse usuarie es convertirse en unx actor político, protagonista activx de su tiempo. Es convertirse en un militante.