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Un manto de luz sobre el jardín

La naturaleza que desborda el sueño: Pablo Ignacio Ferreira trae su primer EP

Tapa y dibujo: Florencia Meyer

Compuesto durante la cuarentena, el vocalista de Infusión Kamachuí se distancia del registro variado y enérgico de la banda para ofrecer un primer trabajo solista de piezas ambientales.

El agua de la Laguna Setúbal, en la capital de Santa Fe, retrocede sin que nadie la vea. Extensos bancos de arena se forman como manchas en las venas del Paraná. Las playas se hallan cerradas y el vacío en las calles sugiere una nueva forma de extinción. Flamencos australes aprovechan el silencio y la ausencia provocada por el confinamiento para hacer pie en los espejos de agua y habitar las orillas cada vez más largas. Mientras esas aves esbeltas escarban en el fango y luego surcan el cielo con su danza, Pablo Ignacio Ferreira está encerrado en la casa de pasillo que alquila, tocando. Es así como un escenario se asimila con otro. El mundo de afuera, sumido en ese encantamiento silvestre, repercute energéticamente en las composiciones introspectivas de Pablo que, en unos meses, serán parte de Un Manto de Luz sobre el Jardín

«Yuki-Onna», el primer tema del EP, produce una inmersión inmediata. La voz delicada de Ferreira se cuela en el aire denso y flota con imágenes poéticas hacia una zona mucho más profunda. De pronto, no hay ningún otro lugar a dónde ir, no hay nada más que uno mismo. Las siete piezas ambientales del disco son paisajes sonoros sutiles y envolventes, creados a partir de la combinación de algunos recursos mínimos como nubes de sintetizador, loops de piano, lagunas de ruido, voces difusas y  acordes apenas rasgueados de una guitarra criolla. Despojado del registro intenso que maneja con Infusión Kamachuí, esa mezcla de folclore, jazz y rock, Pablo se sirve de pocos elementos para inducir la calma, transitar el insomnio o resguardarse en alguna exploración interna.  

La energía depositada en las presentaciones en vivo de Infusión, el desgaste que implicaba cada espectáculo —vale la pena rastrear alguna performance de la banda en Youtube y verlos tocando en cuero, pintarrajeados, casi salvajes— había hecho mella en el cuerpo de Pablo. Después de probar diferentes prácticas terminó sintiéndose alineado con el Tai Chi. En una de las clases su profesor puso de fondo Music for Airports, de Brian Eno. “Un poco empecé a darle bola a la música ambient desde ese lado. Porque el tipo de escucha es distinta. El Tai Chi, al menos el que practico yo, es meditación en movimiento, es una rama distinta a la combativa”. 

Durante la cuarentena Pablo siguió realizando el arte marcial en su casa. Escuchó otros discos de Eno— entre ellos las colaboraciones con Harold Budd— y también se metió con el músico argentino Federico Durand. La cuarentena propició a que las búsquedas físicas e internas coincidieran con las búsquedas musicales. “En el momento en el que uno llegó a aceptar esa nueva condición de estar encerrado se abrió el tiempo de estar buscándose a uno mismo y el tiempo para cierta meditación, para tocar. Muchas veces eso fue una misma cosa”.

Aunque Un Manto también surgió gracias a un juego. “Si vos hacés una canción, yo hago un dibujo”, fue la única regla que su compañera, la dibujante Flor Meyer, le propuso a Pablo para que siguiera ejercitándose en el piano e incursionara aún más en su sintetizador Microfreak. Así fue al principio, con los primeros temas, que a medida que salían eran subidos al Soundcloud con sus respectivos dibujos. Pero luego el proceso se invirtió ya que Flor dibujaba más rápido de lo que él componía. Entonces Pablo empezó a inspirarse en las hermosas postales a grafito que ella plasmaba, donde abundaban todo tipo de pájaros, criaturas fantásticas y vegetaciones que cubrían el espacio. 

Esa mezcla lúdica entre dibujo y música Pablo la había escuchado de varios talleres que hizo con el pianista y compositor entrerriano Sebastián Macchi. “Por ejemplo, él utilizaba un poema de Juan L. Ortíz como partitura. Y fue un poco eso, poner un dibujo y ver hacia dónde iba esa energía que andaba dando vueltas. Ella hizo varios dibujos que me motivaron a seguir musicalmente”, relata el cantante. “Esa dinámica de pareja nos ayudó artísticamente a ir llevándola, a sobrevivir esa parte de la cuarentena. Fue la primera convivencia continua y grosa. Y se dio en medio de esas historias de gente que llevaba 50 años casada que no se bancaban, de parejas que se desarmaban por la tragedia de encontrarse”. 

Hay cierta circularidad establecida en Un Manto. Sólo el primer y último tema están cantados, como si fuera el inicio y el final de una meditación guiada. Esto se debe a Gabriel Alejandro Vaschetto, productor asociado a Repelente Discos, sello discográfico independiente de Santa Fe. Fue su idea también agrupar las canciones en forma de EP. Cuenta Pablo: “En sí el disco no necesitaba producción. Las materias estaban muy claras: el piano, un sinte, la guitarra y algún sonido ambiental. Las mezclas las hice yo, fue regular eso. Lo que Gabriel sí hizo fue hacer los másters y trabajar en el orden de los temas. Me hizo escucharlos de otra manera. Eso es un montón, ese ensamblaje”. Al final, el disco se publicó junto con un fanzine digital con los dibujos de Flor. 

Otra cuestión que salta a la vista son los nombres cuasi novelescos de las canciones. “Son robadas literales”, explica entre risas Pablo. Fueron extraídos de títulos y fragmentos de diversos libros de poetas del Litoral —como Juan L. Ortiz, J.M. Inchauspe, Héctor ‘Kiwi’ Rolando Rodríguez y Beatriz Vallejos— que él y Flor compartieron durante la cuarentena. “Leerlos en profundidad y darte cuenta de que hay como una especie de tradición de escritura. Ver que el paisaje tiene sus propios hijos mirándolo a lo largo de las épocas es muy fuerte. Escribir las canciones sobre eso, reparar en que estás hablando de lo mismo, es muy loco. No sé, estar acá y saber que después de todo la laguna sigue estando donde está”.  

La apreciación histórica y artística del entorno natural, su potencial de trascendencia, fue reforzada con el resurgimiento de animales. “Se exacerbó la presencia de los pájaros. De garzas, flamencos. En Rosario, por ejemplo, apareció un guazuncho por la calle. No sé, esto de la flor y la fauna comiéndose la ciudad mientras uno estaba encerrado daba cierta energía. Y encontrar eso en los libros también fue una manera de estar en contacto”. 

Las ilustraciones de Flor parecen reflejar y llevar al límite ese fenómeno natural que trastocó a los paisajes urbanos. En sus imágenes no hay ciudades, la espesura lo abarca todo y los pájaros se desplazan con lentitud. Hay criaturas antropomórficas en plena armonía con el entorno. Son diapositivas de un paraíso que no nos pertenece, o al que sólo podemos acceder con los ojos cerrados y con las atmósferas intrínsecas de Pablo formándose entre los auriculares. 

El  disco y el fanzine digital de ilustraciones pueden descargarse gratuitamente en Bandcamp.