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La última ceremonia de La Patrulla Espacial

Fotografía: Manuel Cascallar

Werner Schneider levanta en alto su bajo Thunderbird con el brazo derecho mientras un contrapicado de luces resalta su chaleco de terciopelo negro. Sonríe y recorre con la mirada a los presentes en el Galpón de las artes. A sala llena, amuchados por la llegada del invierno en pleno junio asistían a lo que, tal vez, fuera el último concierto de La Patrulla Espacial.

Werner saluda y no dice nada. Solo observa. Tan solo un par de días atrás arribaba a la ciudad para ensayar con la banda, luego de una estadía en el sur de seis meses sin encontrarse con sus compañeros. Werner mira y tal vez recuerda las imágenes de los años pasados, los desencuentros, las canciones. El canto de ‘Que no pare’ decantó en una pausa indeterminada propuesta por el vocalista, luego de un proceso artístico “agotador” de tres años que comenzó con la salida de Tomás Vilche, anterior guitarrista y cantante, y siguió con la grabación y gira de Sobredosis (2015).

Hace un año la banda afirmaba a la prensa que querían llevar su estilo hasta el límite, pero la apuesta a fondo también se traspasó a sus vidas personales, sus familias y el propio grupo, cuya genealogía se inserta en uno de los momentos más importantes de la escena musical de La Plata junto al origen de bandas como El Mató, Prietto viaja al cosmos con Mariano o Shaman Herrera.


Foto: Santiago Goicochea

La Patrulla Espacial surge del éxodo sureño de Tomás Vilche, Werner Schneider y Tulio Simeoni. Luego de una temporada en bandas lo-fi como El Tío Pastafrola, entre shows de Los Natas y la escucha de infinidad de discos, deciden formar una nuevo grupo junto a Lucas Borthiry, más conocido como el Tuca.

“Empezamos a escuchar el rock nacional más psicodélico, no solo las bandas de sellos grandes tipo Mandioca, sino que nos metimos en todos lados: Cuero, Mahatma, El Reloj, Jorge Pinchesky. Nos metimos a fondo con la psicodelia argentina menos escuchable, como esos discos raros de La Pesada o Spinetta y sus amigos. De esas guitarras distorsionadas nace la idea de La Patrulla Espacial”, dice Werner entre mates, en su visita relámpago por La Plata.

Dos décadas atrás el bajista conocía a Tulio Simeoni y a Tomás Vilche en la Escuela Provincial de Arte Nº749 de Comodoro Rivadavia. La madre de Tulio fue la profesora de música de ellos tanto como de Shaman Herrera, de Martín Schneider, hermano de Werner, (El Nene y los Metralleta; Shaman y el Nene), Cristian Püschel (Los Cheremeques), Freddy Carrizo y Esteban Cárdenas (Cosecha Especial). “Hacíamos gimnasia todos juntos”, dice entre risas Werner.

A medida que surgían las grabaciones, La Patrulla Espacial empieza a subir sus discos en Mandarina Records, sello creado por Tomás Vilche. La premisa era: ‘no me importa el sonido, me importa que sea espontáneo’. Su primer trabajo fue Boogie en la luna (2005), grabado en caliente en La Burbuja, el estudio del guitarrista de normA y mezclado por Shaman. En 2007 lanzan su primer LP, Todos los Ocasos, con el arte de tapa a cargo de Santiago Barrionuevo.

La banda comienza a crecer a ritmo de conciertos en casas y espacios culturales en una era post-cromañón compleja para el mundo artístico y los shows en vivo. En 2009, el periodista Alejandro Reyes pasaba grupos locales en su espacio en Radio Provincia y Werner Schneider escucha por primera vez a la banda en la radio. Sin embargo, el resultado de esto no fue el pensado: “Yo pensaba ‘esto suena horrible en la radio, suena chiquito’. Porque claro, estaba mezclado y masterizado como en la época: mucho delay, muy poca claridad”, reconstruye el bajista.

Tiempo después, un amigo le regala a Werner un disco de AC/DC y su universo sonoro se transforma. En la escucha descubre que, siendo económicos con el sonido, los australianos habían encontrado una manera muy inteligente de generar el impacto del rock. A partir de ahí comienza un viaje de desencuentros con el sonido lo-fi que terminó desgastando el vínculo entre Tomás Vilche y el resto de la banda.

“Tomás es un tipo genial, escucha música de una manera muy particular, un pibe muy inteligente y muy puro. Entonces, no había cabida para que estos dos caminos convivan, el de él y el mío, que siempre fuimos culo y calzón, nos criamos juntos”, agrega Schneider.

El problema de la comunicación está en la música y está en la calidad del sonido. Werner, Lucas y Tulio comenzaron a investigar estas cuestiones, a usar más compresores en las grabaciones y lo que había comenzado como una gesta psicodélica en baja calidad mermó para dar espacio a un sonido hard rock. A fines de 2011 la banda lanzó su disco homónimo, apodado El Disco Negro con una aproximación al sonido que aparecería luego en Sobredosis, aunque el resultado no fue el esperado.

El 25 de octubre de 2014 Tomás Vilche posteó en Facebook un comunicado donde afirmaba que la banda que se presentaba esa noche bajo el nombre de La Patrulla Espacial no era tal porque él ya no formaba parte y agregaba que ‘vio como habían disminuido en el último tiempo su participación en decisiones estéticas’.

Luego, en 2015, Fernando Naon se sumó a la banda como guitarrista y empezaron a pensar Sobredosis, un disco influido  por el hard rock clásico y el soul, desde Thin Lizzy a Marvin Gaye. “Ya sabíamos en un 80% que máquinas íbamos a usar, ya la conocíamos. Estábamos buscando volumen y claridad en nuestras canciones”, recuerda el bajista. Sin embargo, este proceso fue el que también llevó a una vorágine de trabajo que terminó por consumir la vida personal de Schneider, que además de perder a un amigo, el desgaste en sus vínculos familiares provocaron su propio deterioro.

“Es difícil el estilo de vida del músico que es tan obsesivos como nosotros. No es solo enchufar y tocar. Cuando terminaba el año pasado les pedí a los chicos que quería parar. Se estaba cerrando el ciclo de Sobredosis y había que pensar en el siguiente proyecto, que seguramente iba a durar otros tres años y no me vi”, cuenta movilizado Schneider. Su vida personal se hacía cuesta arriba y la desconexión familiar lo obligó a regresar al sur. “Sobredosis fue matador”, agrega.

Luego de seis meses alejado de La Plata, las reflexiones de Werner se hicieron lo bastante profundas como para entender que uno de los grandes problemas del underground es conformarse. “A mí lo que no me gusta es que a la música se la queden un par, que se la queden los que entienden y nadie más. Hay un término que es nuestro enemigo con Tuca: banda de culto. Es lo peor que te puede pasar. Te quedaste guardado. Solo algunas personas accedieron a lo que hiciste. Es muy egoísta”, dice el bajista.

Werner mira la escena con cierta distancia y siente que hay una generación de músicos muy buenos que, según él, ‘no se comen ninguna’. “¿Escucharon a los Fus Delei? Suenan bárbaro y es una música muy difícil de hacer sonar bien en vivo. Me impactó mucho. El Estrellero es otra. Componen una canciones bellísimas. Hoy la música es más corporal, te invita a bailar mucho más”, afirma.

En el escenario del Galpón de las Artes, La Patrulla Espacial toca ‘Ceremonia’ del Disco Negro y en algún plano la letra se oye un tanto elocuente y una especie de premonición adelantada en el tiempo: “Fuiste un alma loca / pero distinta a las demás / Transformando el ruido / de esta ciudad en la última gran noche / Hey amigo cuando te vayas / te vamos a sentir acá”.

Matías es periodista cultural. Colaboró en el diario El Día y es docente de gráfica en la Facultad de Periodismo de la UNLP. Quiere morir con 'The Thrill is Gone' de Chet Baker de fondo.