Festival Indiegesta: nos vamos a morir de hacer estrategias de amor
Fotografías: Hernán Galbiati
Algunas pueden funcionar. Como el festival de música independiente que organiza la Agrupación Indiegesta en Necochea. Facundo Arroyo fue a cubrir su quinta edición y, a diferencia de otros festivales, dio el ejemplo con una grilla repleta de mujeres.
Prólogo: Como un lobo suelto dentro de mis pensamientos
El acceso a la información de manera inmediata pide a gritos la modificación de las coberturas. Las transmisiones en vivo por redes sociales, las fotos instantáneas y hasta las listas filtradas hacen perder la novedad de un texto escrito a las pocas horas. Hay que contar lo que no se puede ver. En un festival como el del Indiegesta no sólo ocurren hechos arriba del escenario. La chica de un grupo punk puede presentar un tema inédito durante un mediodía de pizzas caseras, un compositor mexicano puede alterar una versión de Fernando Cabrera sin que nadie lo espere o una joven compositora necochense puede una tarde meterse a surfear un par de olas mientras preocupa a los guardavidas del sector. Hay algo que no cambia para el cronista: hay que seguir estando en el lugar de los hechos.
Capítulo I: El tiempo está después
El primer viernes de marzo a la noche arrancó la Quinta edición del Festival que la agrupación Indiegesta organiza en la ciudad balnearia de Necochea. Y durante la mañana del sábado en comunión ya se detectan los códigos de ese grupo de freaks que redistribuye el conocimiento de la música independiente del país: Alejandro Mármol, uno de los facilitadores del evento, mezcla cebolla y morrón en una olla, está empezando a elaborar un pastel de carne. Dice que el festival es también esto, experimentar un encuentro con los amigos, la gente invitada. “Lo vivimos durante todo el día, no se trata solo de la propuesta artística de cada noche. El encuentro es fundamental para que se desarrolle”. En esa misma casa, la de él, hay un mexicano haciendo mate y arma décimas para contar detalles de la noche anterior, se trata del profundo Franco Narro. En la mesa de la cocina un periodista se despereza y una poeta sorbe un café amargo. El contexto se pega más a la acción externa de Cosquín Folklore que al de un festival de música joven auspiciado por grandes marcas: la clave es el vínculo del arte y muchos de los momentos donde se suspende lo real pasan por fuera del programa formal.
Indiegesta tiene alrededor de siete años de vida. Son un grupo de amigos que, entre idas y vueltas, se reencontraron en su ciudad natal o de adopción. Historias de estudios universitarios en La Plata y Buenos Aires más algunas decisiones de desarrollo local. La mayoría de ellos y ellas, vivieron la bohemia de los 80. Parakultural, Virus y Los abuelos de la Nada, cine gratis en el San Martín. Cuando la familia se empezó a agrandar hicieron base cerca de la arena. Ese gesto hizo que se encuentren en un mismo punto existencial. Ricardo Tellechea tenía un programa de radio y Alejandro arrancó otro. Había que resolver el divague. Una pausa aquí para remarcar la teoría de Urbano Moraes: Hay gente que se toma muy en serio el divague, es una forma de sobrevivir. “No queríamos que nuestra única actividad fuera quedarnos en casa a criar a los chicos”, dice Alejandra, la compañera de Alejandro. Les Ale´s de esta casa, fácil. Cancionistas del Río de la Plata (Gourmet Musical), el libro de Martín E. Graziano, terminó sistematizando una posible experiencia y una línea estética; al principio, fue por ahí. Organizaron shows y encuentros con Flopa y Minimal, Tomi Lebrero, Pablo Dacal, Juanito Serrano y los nombres comenzaron a circular. Corría el año 2012.
Durante el desarrollo de esta aventura se fueron definiendo los puntos claves del aporte Indiegesta: federalización del conocimiento, autogestión, libre acceso a la propuesta y ahora un fuerte foco en la paridad de género. En esta Quinta edición el tema interpela a todes. Un huracán de sentido que acciona a la música, las charlas, la performance y el trato cotidiano. Dacal, digamos, expresa uno de los salmos de este ecosistema: El corazón es el lugar.
Capítulo II: Correr cada vez que quiero
Luludot tiene puesto un top fluorescente que acaba de estrenar. Parece integrante de una tribu bonaerense distópica. Después de arrasar con Lxs Rusxs Hijxs de Putx alrededor de cuatro temas sintéticos y rabiosos, ella frena el show y le habla a un par de pibas que le gritan cosas, que la adoran. “Basta”, dice, “dejen de adorar a la gente arriba del escenario. Súbanse ustedes, háganlo ustedes, no necesitan nada. Ya me vieron a mí, no sé tocar”. Están en El Point, un parador envuelto en un bosque de pinos, con piso de arena y acechado por el murmullo del mar. En una fracción de segundo los integrantes de la banda largan los instrumentos y los ofrecen. Suben arriba del escenario varias chicas, algunas muy jóvenes, y comienzan a componer una canción en vivo. La secuencia no afloja la intensidad del show, están tan aceitados que generan un separador sin demasiada planificación. Es un alivio que no se hayan separado. Antes tocaron Los inciertos.
Del otro lado del bosque hay una carpa cultural llevada adelante por dos payasos. Durante el segundo día del festival es cedida para Indiesgestas. Allí Daiana Leonelli habla de la muerte, de un teléfono de atención para gente que se quiere suicidar y de que todos, a fin de cuentas, somos dueños de la última decisión. Así lo dice: “El final es tu decisión, siempre. Siempre”. Ella es elocuente, trágica y dulce. Su banda es un cuarteto que destila justeza y las canciones giran en torno a Todo como es (2017).
Jaz Pimentel tuerce la boca para cantar. Salvo ese detalle, su modismo, por momentos, la llevan al canto de Violeta Parra. En su guitarra tiene una foto de la cantautora chilena en la que se la ve joven, quizás antes de fundar su propia carpa en tierras alejadas de Santiago. Jaz muestra sus canciones inspiradas en el desamor con dulce ironía y un dejo de humor que las mantienen vivas. Jaz está viva y tiene un disco llamado Decora (2016). Hay mucha presencia de arpegios en su guitarra y versos melódicos, urbanos y existenciales.
Zaria Abreu Flores es uno de los grandes magnetismos del festival. Militante feminista en México y performer de sus propios textos, llegó de gira al país envuelta en un dúo llamado Rivothrillers. La acompaña Franco Narro, exquisito guitarrista y compositor. No te da respiro Zaria, te escupe sin parar la realidad de las mujeres de su país. Que sirve, también, como reflejo de la realidad de todas las mujeres. Las une Zaria con su tremenda historia personal, las hace cantar, reflexionar, aullar, envolverse; se repliegan las mujeres y salen. La carpa de circo tembló.
Con algunos metros de perspectiva, el casino en derrumbe, o más específicamente su gran cúpula de ciencia ficción, seguramente haya notado el éxito del junte, de la reunión. De las canciones también de La Dro y de los DJ set del Flaco Tellechea y Ayelén Bodega. De la luna rencorosa con la lluvia, del cielo despejado y el escabio de los meteorólogos.
Capítulo III: El corazón es el lugar
Pablo Dacal presentará este año Mi esqueleto, un disco crudo que decidió mostrarlo en formato dúo. Se acerca tanto a The White Stripes que Fernando, el batero cordobés (Villa María), salió con una remera rayada, roja y blanca como la de Meg. Dacal sabía de la solidaridad que circulaba en el aire, por eso durante el primer tema pidió que saquen las sillas y que durante el segundo lo banquen mientras cambiaba una cuerda que acababa de cortar. A capela cantó “El corazón es el lugar”. Digamos: qué rápido cambió esa cuerda. Fue la tercera noche del festival, se desarrolló en el reducto teatral “Salta la térmica” y la fecha por momentos, y como en las cuatro noches, excedió la capacidad del lugar.
“Ya no sé muy bien por dónde ando / la ciudad se va a comer al mundo”, el mexicano Franco Narro pidió, por favor, que lo ayuden con ese estribillo. Sintió lo mismo que Dacal. Con varios ritmos tradicionales de México (de la balada al joropo), el compositor supo desarrollar su orgánico sonido en comunión. Más allá del escenario, las muestras fotográficas y plásticas expresaron la multiplicidad artística de la curaduría. Otro de los Indiegestas, Diego López, sonrió cuando salió a la noche y notó que la fecha no había terminado. Memu Marincevic le pidió la guitarra a Franco y exorcizó el homenaje a Rosario Bléfari que se hizo la primera fecha luego del rodaje de la película sobre Suárez.
Acaba de terminar el festival y Lxs Rusxs están escondidos en la oscuridad del bosque de pinos. Hacen ruidos, gritan. Los demás permanecen atentos porque juntos te podrían sorprender. Al toque todos y todas están corriendo junto a ellxs. Es como ese cuento de Luciano Lamberti cuando propone que en la oscuridad uno puede encontrar lazos. Los pinos miden más de diez metros y al fondo se escucha el mar. Es tan nula la visibilidad que la mínima rama te voltea. Es tan nula la visibilidad que si te vas a Google te perdés. Prefiero seguir buscando un ruso hasta que la Costa Atlántica choque con la del Pacífico.