Juan Irio: El horizonte es mío
Periodista: Martín E. Graziano
Fotógrafo: Ariel Valeri
Diseño: Martina Ledesma
En el interregno de su paternidad y los discos de El Estrellero, Juan Irio grabó las seis canciones de Baladí: un tratado del pop de cámara sobre la ruptura, la ausencia, la muerte y otras cosas sin importancia.
El amor y la desesperación son dos hojas de la misma tijera. Dicen que durante la primera proyección de Juan Moreira, Leonardo Favio se encerró para hacer los últimos cortes de su épica mientras el público ya se estaba acomodando en las butacas. En el piso de la sala de montaje, todos esos recortes se reunieron con los fragmentos descartados de sus películas anteriores. Baladí, el nuevo disco de Juan Irio, es precisamente eso: una forma involuntaria en el piso de la sala de montaje. Seis canciones que, por su vocación musical y confesional, fueron quedando fuera de los discos de Plupart, The Siniestros o El Estrellero. Ah, sí: cuando el hombre descansa, el azar, Dios o la física cuántica hacen su trabajo. ¿O qué creían?
En el medio de una temporada intensa de conciertos y ensayos, Irio se enteró de que iba a ser padre. Otra vez. El horizonte, en un abrir y cerrar de ojos, se corrió de lugar. De manera que reunió a sus compañeros y, palabras más palabras menos, les pidió un tiempo. Unos seis meses para que cada uno se ocupara de sus propios asuntos, se tratara de fortalecer una banda nueva, atender un bar o recibir un niño en el país donde los documentos continúan sellados. Todos estuvieron de acuerdo. Grabaron el tercer disco de El Estrellero (que sale en julio) y, antes de tomar sus caminos, sincronizaron relojes. “Los primeros tres meses estuvo todo bien, pero después ya fue tedioso –dice Irio-. Yo toco casi ininterrumpidamente desde los catorce años y ahora no podía ni agarrar la guitarra porque no me dejaban los nenes. Necesitaba hacer algo y lo único que podía hacer era grabar, porque ensayar -si no íbamos a tocar- era perder el tiempo. Entonces le dije a Baro de hacer dos temas. Y dos temas fueron seis”.
Baro es Juan Baro Latrubesse, miembro de oro de El Estrellero, Fus Delei y esa banda fantasma que son los Marcianos Niños. Un heredero de la tradición dispersa e iconoclasta de los tecladistas platenses que, como Daniel San, con una mano enrarecen la canción y con otra la embellecen. La orquesta de bolsillo que preparó para “Gaviotas”, el gran finale de Los Magos, lo reveló como un arreglador de fuste. Irio tomó nota. “Aunque soy más chico usamos el mismo diccionario –dice Baro-. Entonces se volvió un proceso de admiración: yo con sus canciones y él con mis arreglos. Y lo mismo ocurrió con las críticas que nos hacíamos, aunque escasas, que ayudaron a pulir y a generar un mayor relato entre los temas. Siempre capté esa parte nostálgica y clásica de Juan, y solo la había visto profundizada en El ideal de lo común. Con ese disco como punto de partida sabía hasta donde podía explayarme. Entonces me senté unos días a escuchar los artistas de referencia que me había mandado y le sumé los que yo creía que podían aportarme. Así se formó un engrudo interesante: la paz de Nick Drake, las rarezas de Brian Wilson, los andantes de Mozart, las cuerdas típicas de George Martin y la épica de Grieg (de quien más me atreví a copiar su estilo)”.
Baladí trabaja con el pop de chambre –algo esperable, en el caso de Irio-, pero también con la música popular –menos esperable-. Así, además de su altar privado con estampitas de Scott Walker, Charly García, Harry Nilsson y Nick Garrie, el disco se aventura con una suerte de joropo y un valsecito cuyo título (“Vestida de amor”) parece evocar un viejo libro de José Bianco. Baladí, en ese aspecto, es una prenda fuera de temporada. “Está manifiestamente a contramano –dice-. Sobre todo porque a veces descubro bandas o solistas nuevos que me parecen maravillosos pero, de repente, sacan una canción que cede a esa discusión (no sé… un trap), va hacia donde van todos y les pierdo el cariño. Yo agradezco no estar en la discusión del día. Antes hubiese buscado cierta masividad porque eso te permitía tocar en mejores lugares y vivir la vida que siempre quisiste vivir. No tener que ir a laburar a una oficina, sino vivir constantemente tu música. Pero, aunque sabía que la gente lo iba a poder escuchar, este disco lo grabé para mí”.
En una época donde Internet democratizó la filmografía del planeta pero todos, presionados por el status social y la necesidad de pertenencia, terminan visitando el mismo videoclub y alquilando la misma película, este disco es un gesto de soberanía. De libertad. Baladí solo cede a sus propias obsesiones. El primer compás, por ejemplo, es una frase del solo de piano de “For no one” de los Beatles que irrumpe como una conversación que ya está teniendo lugar. El verso de apertura refuerza esa sensación de continuidad: “al salir olvidó las ventanas abiertas”. Es decir: no sabemos con quién está hablando el protagonista, qué es lo que dejó atrás ni exactamente hacia donde se dirige. Pero sabemos que está a la intemperie.
Cinco de las seis canciones del disco son la fotografía en tiempo real de rupturas amorosas. “‘Sin’ o ‘Respirador’ son de la época de Plupart –apunta-. ‘Vestida de sombra’ es diez años posterior y habla de otra ruptura. Como eran muy desgarradoras, si las hubiera grabado entonces tal vez no tendrían estos arreglos tan rococó. Estaba solo en mi pieza y las tocaba sufriendo: hambre, desesperación y necesidad. Puedo recordar a qué se refiere cada frase de esas canciones, pero ya no soy ese que las escribió. Seguí con mi vida, tuve parejas distintas y armé bandas, pero aquella sensación de derrumbe me abrió las puertas para escribir. Lo valoro porque me permitió hacer canciones que, más allá del contenido personal, hablan de la experiencia universal de la ruptura”.
El punto de luz que equilibra el disco, paradójicamente, nació de la crisis más profunda. Una canción cuyo arco melódico, cóncavo y celeste, es la rodilla inclinada frente a la falla divina. La línea de fuga: el caballo que arrastra a la tropa hacia adelante. “’Baladí’, la canción más esperanzadora, viene de un proceso crítico que es el nacimiento de mi primer hijo –cuenta Juan-. En el parto, nos enteramos que tenía Síndrome de Down. Fue todo un cimbronazo para nosotros. Nos encontramos con algo que no debía ocurrir, pero ocurrió. Aunque el padre siempre tarda más en asimilar la paternidad, tuve que ponerme de pie como una necesidad de apuntalar a la familia. A eso se refiere la canción cuando dice ‘salir de ese tiempo sin paz’. Desde entonces y siempre ha sido un constante aprendizaje. Uno no sabe lo que es tener un hijo con discapacidad, hasta que tiene que hacerle frente. Con el tiempo vamos reafirmando que las limitaciones no son tanto de las personas sino de la sociedad en la que esas personas están. Contra eso luchamos día a día. Todos los días. Desde los prejuicios y la ignorancia hasta las cosas que van directamente en contra. La sociedad está más preparada que antes, pero todavía está lejos de lo que debería ser una verdadera inclusión. El nacimiento de Antonio me pateó el tablero del orden de jerarquía de las cosas. Se alteraron las prioridades de mi vida. Por ejemplo: empecé a disfrutar de tocar música sin poner por delante otras cuestiones más ligadas a la vergüenza o la timidez. Aceptar que mi música le guste a la gente, algo de lo que siempre renegué. Lo demás es un hecho sin importancia: es baladí. La palabra viene de un cuento de Borges donde dice que ‘ser inmortal es baladí’, porque todos los animales viven como inmortales. El hombre es el único animal que es consciente de la muerte”.
Esa liviandad vital aparece en la propia tapa del EP. Un remedo de los discos melódicos que, no obstante (el tipo no está dispuesto a dar puntada sin hilo), también pasa su red de sentido por Cómo conseguir chicas de Charly García. Un gesto de humor e histrionismo para compensar este primer rapto de desnudez. Después de todo, Irio siempre se valió de personajes y máscaras (toca el bajo, un instrumento arquetípico del perfil –ejem- bajo) para decir sus cosas. Baladí, entonces, juega en varios niveles: es liviano pero hondo; práctico y romántico. Un disco titulado con una palabra erudita que lleva un cascabel en la cola. Brian Wilson lo aprobaría.
“Mi mayor debilidad es Smile, el disco trunco de los Beach Boys –dice Juan-. Todo eso que se perdió. Pienso en el disco que salió ahora de Marvin Gaye y también en las sesiones perdidas de The Aerovons, esa banda americana que grabó en Abbey Road mientras los Beatles hacían el Álbum Blanco. Estoy hablando de discos que no salieron… Y creo que estoy hablando de la ausencia. Yo no quería tener un disco ausente, sin grabar. Porque yo puedo encontrar esos discos que mencioné, pero si no grababa estas canciones jamás iba a poder encontrar mi disco. Iba a perder esta colección privada que tanto disfruto, que no toco para la gente. Linkeando de vuelta con Borges, fui consciente de la mortalidad de esas canciones. De su finitud. Quise volverlas inmortales, y de una forma en la que yo pudiera volver y disfrutarlas… algo que no siempre sucede. Este es un disco al que voy a volver porque está compuesto por canciones que atesoraba grabadas de la manera que a mí más me gusta. Es pedante hablar de una gema, pero siento que en mi discografía es una gema porque me gusta más que el resto y me animé a hacerlo pese a todas esas cosas que parecían impedirlo. Sé que ahora, si me voy, queda este disco. Y es lo más yo que hay”.