Víctimas del baile
Fotografías: Archivo personal de Leo Vaca
“Víctimas del baile”, de José Maldonado, forma parte del libro “Crónicas”, editado por La Comuna y que reúne el trabajo de 18 periodistas y escritores de la región. El texto, del que se publica un extracto, recorre el surgimiento y expansión de la escena de la música electrónica en La Plata, desde aquellos primeros experimentos con el techno a la explosión de las pistas.
Hay tres chicos de poco más de 20 años subidos al escenario. Es una noche de invierno de 1988 y esa zona del centro de La Plata se parece bastante a un desierto oscuro y silencioso. Adentro de un local abandonado, en la esquina de 7 y 42, abajo de una estructura de tubos fluorescentes, con un teclado, algunas programaciones, una máquina de ritmos, una guitarra y unas chapas, los tres se preparan para tocar por primera vez frente a un público de amigos. No lo saben, pero están a punto de encender una chispa que no se apagaría en las próximas tres décadas.
Al frente, con un vestuario y una actitud que desafían cualquier standard de modernidad, Rudie Martínez dispara programaciones MIDI desde un teclado. Tiene, además, una caja de ritmos Yamaha RX11. A un costado, un joven Francisco Bochatón, futuro líder de Peligrosos Gorriones, golpea con un fierro la chapa de un calefón que había encontrado en la calle y que ahora transformó en instrumento de percusión del que saltan chispas con cada beat. El triángulo lo completa Alfredo Calvelo. Su guitarra lanza riffs repetitivos e hipnóticos parecidos a nada de lo que cualquier otro guitarrista tocaba por esos años. Sobre el escenario hay, además, un changuito de supermercado del que conectaron micrófonos.
Ese primer show de Víctimas del Baile, el trío de techno industrial que agrupó a esos chicos surgidos de las aulas del Colegio Nacional y Bellas Artes, trajo a la ciudad un sonido y un concepto absolutamente disruptivo que seguiría proyectando eco años después. Como se suele decir de la Velvet Underground, muchos de los que vieron esa primera presentación en vivo de Víctimas del Baile terminaron armando una banda o convertidos en disc jockeys.
La historia del surgimiento y de las primeras experiencias con música electrónica en La Plata tiene una de sus escenas iniciales en el debut de Víctimas del Baile esa noche perdida en aquellos años bisagra entre el desencantamiento de la primavera alfonsinista y el menemismo. Después, siguió su curso en sotanos, bares, discotecas y casas ocupadas por toda la Ciudad, hasta convertirla en el semillero de un movimiento cada vez más vibrante.
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La vuelta a la democracia y el sueño de una nueva era de libertades hizo surgir en el país una explosión de nuevos sonidos que funcionaron como un canto de sirena para cientos de jóvenes que buscaban en la música un canal de descompresión y fantasía. Y Alfredo Calvelo estaba listo para sumarse a esa movida.
“Había pasado la dictadura, Malvinas y todos de repente nos empezamos a fascinar con el rock”. Alfredo todavía recuerda con un brillo en los ojos la primera vez que vió una guitarra eléctrica, en la casa de un compañero del Colegio Nacional. Había estudiado piano con formación clásica toda su infancia, hasta convertirse en profesor a los 13 años. Pero el brillo, la forma y los colores de ese instrumento lo cautivaron para siempre.
“Todo lo que estaba pasando por esos años en la ciudad y en Buenos Aires era muy potente”, dice ahora sentado en su estudio de grabación. Calvelo, responsable como músico, productor e ingeniero de algunos de los discos más importantes del rock platense, todavía recuerda con detalles los primeros encuentros con quien se convertiría en su aliado perfecto al frente de Víctimas del Baile.
“Yo iba muchísimo a ver bandas a Buenos Aires, al Parakultural, ese tipo de lugares. Éramos muy pocos los pibes de La Plata que íbamos ahí. Y la situación siempre era la misma: esperar el micro a las tres de la mañana para volver a La Plata. Los cinco o seis que íbamos a ver shows a Buenos Aires todos los fines de semana nos empezamos a conocer”, dice.
Es un mediodía caluroso de enero en City Bell. Calvelo hace memoria sentado frente a una enorme consola desplegada como una bestia silenciosa en el corazón de “Hollywood”, el estudio de grabación que armó y dirige. “Ahí, en esas noches, me hice amigo de Rudie, hablando de música. Lo conocí en la calle”.
Rudie Martínez era, a su modo, un personaje como casi ningún otro en ese ecosistema de jóvenes músicos platenses de mediados de los ‘80 que orbitaba en torno a dos disquerías por las que circulaba información privilegiada: Jeu, en Diagonal 78, a unas cuadras de Plaza Italia, y Swan, en la galería de 8 y 48. “Eran espacios de formación cultural”, dijo alguna vez “Cabe” Mallo, actor y músico, uno de los integrantes de esa camada.
En ese grupo de freaks con pelos parados que viajaban a Buenos Aires a ver en vivo a Sumo, Soda Stereo y Los Encargados, Rudie sobresalía no sólo por la precisión de su gusto musical sino por un espíritu emprendedor que haría que toda esa maquinaria dormida se ponga en funcionamiento.
“Tenía una mirada muy artística, muy disruptiva y todos nos enganchamos con eso. Nosotros veníamos del rock y él nos hablaba de Kraftwerk”, resume Alfredo Calvelo.
En el radar de Martínez no estaban sólo los pioneros alemanes de la electrónica. Por esos años, sus principales referencias para el nuevo sonido que buscaba estaban básicamente en Gary Numan, el pionero del synth pop y del rock industrial inglés, Human League, Depeche Mode y, sobre todo, Einstürzende Neubaten.
A la sociedad entre los dos se sumó Francisco Bochatón, quien luego encabezaría el estallido del nuevo sonido alternativo de La Plata con los Gorriones. Por entonces, tocaba la batería junto a Alfredo Calvelo en bandas efímeras como Dios y Pistoleros. La casa de la familia Bochatón, en el barrio norte de La Plata, fue la sede de esos primeros encuentros, en los que Rudie fue inoculando la idea de armar un grupo de post rock con la mirada puesta en la pista de baile.
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Para algunos, las primeras huellas del desarrollo de una propuesta de música electrónica en la Ciudad hay que buscarlas en ese mismo ecosistema. Una de las primeras bandas en hacer algunos recitales de música electrónica fue Topogragía Difusa, un proyecto en el que estuvieron el actor y dramaturgo Cabe Mallo y el baterista Luciano Mutinelli, que luego formó el primer Estelares con Manuel Moretti,. Por allí también tuvo un paso fugaz Rudie Martínez.
Quizás hasta la palabra under le quede grande a esas presentaciones. “Eran chicos de 20 años que se juntaron en las aulas del Colegio Nacional o de Bellas Artes”, recuerda Oscar Jalil, periodista, escritor y entonces responsable del Suplemento Joven del diario El Día, el único espacio que existía en la prensa escrita para el rock local.
Desde su escrito en la vieja redacción de diagonal 80, Oscar no sólo fue testigo del nacimiento, el surgimiento y la explosión de la música electrónica en La Plata a lo largo de la década del ‘90. Además, fue un actor clave. Él, por ejemplo, fue el primero en incluir presentaciones de DJs y fiestas electrónica en la legendaria agenda de los viernes del suplemento, el único medio de difusión de la actividad de los músicos platenses.
Cada semana, Oscar recibía en la redacción del diario a esta generación naciente en la que estaba Víctimas del Baile, Peligrosos Gorriones y Peregrinos, que le llevaban gacetillas para la difusión de las fechas. “Era una generación de músicos nuevos con muchas ideas. Para mí, una de las grandes influencias de todos ellos fue Daniel Melero, que introduce mucho discurso en el rock argentino. A los músicos les planteó cuestiones como qué escuchan, por qué escuchar determinada música, por qué a veces es más importante el ensayo y el laboratorio que tocar en vivo…”, dice Oscar.
“Hay que pensar lo que era La Plata a principios de los noventa. El país estaba devastado. Había un vacío ideológico que fue el preludio al menemismo. En Buenos Aires estaba surgiendo ese rock ‘auténtico’ y nacionalista, con Divididos y Los Piojos. Y en La Plata estaba naciendo esta escena”,
Con su propuesta inspirada en grupos techno como Front 242, pero también en Einstürzende Neubauten, el faro del techno industrial berlinés de esos años, Víctimas del Baile dejó varios registros grabados y dió decenas de shows en La Plata. Hubo algunos míticos, como el que dieron en el Tinto A Go Go, un bar que sería clave para entender la evolución de toda esa escena a lo largo de la década del ‘90. En el Tinto, Rudie, Dan y Alfedo, ayudados por ese grupo de amigos en los que había estudiantes de Bellas Artes, montaron unos 30 televisores en el escenario y en distintos puntos del bar en los que se proyectaban películas porno. “Ese show porno fue directamente una locura”, dice Alfredo.
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Pero la figura de Rudie no sólo fue clave en su rol de músico. A lo largo de casi toda la década del ‘90, fue el DJ que animó las noches alternativas platenses en dos lugares claves para la incipiente escena de aquellos años: El Bar y el Tinto.
Con Rudie en el Tinto, consideran muchos, empezó la idea del DJ residente en La Plata, que después se extendería por bares y locales de toda la ciudad.
A Rudie le había enseñando a mezclar otro de los DJs pioneros de la Ciudad, Federico Monti. Él había sido el primero en La Plata en tener un Roland TB 303, el emblemático sintetizador que tuvo un papel clave en el desarrollo de la música electrónica en los ‘80 y ‘90. “Habíamos ido juntos a ver a Carla Tintoré y yo no entendía nada. Después Fede me invitó a su casa y me dijo: ‘mirá, el beat es así y asá’. Lo agarré al toque. Me tomó dos semanas aprender a mezclar”, asegura.
En el 93, cuando se empezaba a formar Audioperú, Rudie se instaló como DJ residente del Tinto por invitación de su dueño, Piero, a quien conocía de las aulas de Bellas Artes. Su rol como musicalizador de esas veladas que juntaban a las tribus de chicos alternativos con ganas de bailar fue fundamental, coinciden hoy todos los que vivieron la noche en la Ciudad por esos años.
Rudie ponía, literalmente, lo que quería. Mezclaba a Gary Numan con Michael Jackson y a Nick Cave con Lía Crucet.Pasaba un estilo que nadie escuchaba en la ciudad, en el que coexistían Danny Tenaglia y el house de Nueva York con Rafaela Carrá. Y creó un estilo que pronto exportó a discos y bares de Capital, donde se integró a la escena que formaban, entre otros, colectivos de DJs como la Urban Groove.
Para Jalil, lo de Rudie en el Tinto fue la piedra sobre la que se apoyó la movida electrónica que en La Plata terminaría explotando algunos años después. “A partir de ahí comenzó a extenderse la idea de un DJ residente, que copiaron muchos otros lugares para mediados y fines de los ‘90, cuando empieza a cobrar auge toda la escena de la música electrónica que termina explotando para el 2000, con movidas como las de La Boutique”.
La experiencia en el Tinto fue fundacional. Desde mediados a fines de la década del ‘90, en La Plata hubo una explosión de la movida electrónica que acompañó a la expansión del género en el país.En bares, casas y sótanos, cada vez más los DJs comenzaron a ganar protagonismo.
1999 fue el año del pico de esa movida. Una nota publicada en mayo de ese año en el Joven del diario El Día daba cuenta de la expansión del fenómeno. “DJ’s platenses. El santo oficio de pinchar discos”, era el título del artículo que reunía el testimonio de cuatro de los más influyentes pinchadiscos de la ciudad de esos años: Federico Monti, que entonces hacía un estilo basado en el hard techno; Rodrigo Villegas, exponente del house local; Seba Díaz, cultor del big beat, y Esteban Carbonella.
En ese mismo año, en una casa de altos arriba del Bazar X, Luis Zerillo empieza a pasar los primeros discos y da los primeros pasos para convertirse en un personaje clave para todo lo que vendrá.