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Fotos: Manuel Cascallar.

Los amaneceres de Ramiro Sagasti

Fotos: Manuel Cascallar
El frontman de Pérez, Roto y Gah Gah lanza su disco solista y acecha la pista de baile desde rincones tan luminosos como oscuros.  

Los rayos solares empiezan a desenmascarar la noche. El aire se transmuta y el horizonte cobra matices indecisos. El alba se reduce a una encrucijada: por un lado, el regreso solitario a casa; por el otro, la consumación del deseo. El final o el comienzo de algo. Ramiro Sagasti sitúa las canciones de La Chance, su debut solista, en esa hora indómita, en ese lapso tramposo para los sentidos, donde el tiempo se desdobla en múltiples destinos posibles e imposibles.

En un invierno inusual como ningún otro, Sagasti trabajó los nueve temas del disco que se suman a una trayectoria que está lejos de perder el rumbo y la vitalidad. Para ello congregó a una orquesta que conocía demasiado bien: Aziz Asse se encargó de la producción artística y la mezcla como también de los samples, percusiones y sintetizadores; Faustina Sagasti —hija de Ramiro y baterista de Isla Mujeres y Roto— cantó y tocó en tres temas. A su vez, hubo colaboraciones de Santiago Monroy en los bajos y de Nicolás Mir en las guitarras, quien además construyó el equipo con el que se grabaron las violas.

En La Chance, el amanecer es un portal new wave hacia el encuentro o desencuentro con los demás. En composiciones que yuxtaponen latidos orgánicos y electrónicos, con una lírica tajante, Sagasti recopila instantáneas de naufragios recurrentes y festivos. Las piezas del rompecabezas son expuestas entre visiones post punk y amagues pop, en una sucesión de canciones en las que ninguna línea es casual, en donde cada detalle parece tener su destinatario secreto.

La noche se despliega una vez más con el arranque intenso de El Encuentro, donde una batería contundente y una guitarra enlatada se compaginan con las intervenciones lúdicas de Aziz Asse. La voz desganada y penetrante de Sagasti aparece sin filtros para replantearse la soledad. «Cuando me encuentro con vos/ Tu sonrisa/ Mi rubor/ Es cuando me encuentro mejor», confiesa Sagasti en un espacio de tintineos delicados. Faustina tira las frases centrales en Precipicio y logra apaciguar un clima sombrío y etéreo. En un momento, en medio del vaivén de la marea, de ráfagas de viento húmedo y el crujido de ramas gruesas, la voz árida de Ramiro nos susurra su esperanza: «Espero encontrarte/Antes que el sol empañe el aire».

El despojo de elementos que no sean estructurales se exacerba en Pudimos Escapar, donde los pitch de la guitarra hacen que el sol no alcance a frustrar las imágenes y los escondites. Faustina toma la posta en Rey y llega a ensamblarse con la voz de su padre que, entre chapoteos programados y distorsiones de la guitarra, contesta desde el fondo como un fantasma culposo. La noche es más oscura antes del amanecer en Ana. Una línea de bajo sobresale en un paisaje lúgubre y misterioso. Con sintetizadores crispados y la voz de Sagasti hecha trama, el desconcierto crece hasta envolvernos y hacernos bailar. 

Es así cómo se produce una transición inadvertida, en la que se pasa del lado A al lado B de la madrugada. Todo se acelera en La Chance, el tiempo corre en los cambios rítmicos de la guitarra y precipita la búsqueda del deseo. «Me dijeron que no tengo más que una chance/ para encontrarme con vos», advierte Sagasti, antes de fundirse en los segundos melancólicos de Sombra, un hechizo que solo funciona con los ojos cerrados. Las imágenes nos llegan en un susurro lo fi, acompañadas del sonido de la marea y el viento de Precipicio, ráfagas que ahora agitan violentamente las hojas de un libro o una revista. Los recuerdos inalcanzables se enciman hasta desembocar en la cálida Vámonos, donde un tic-tac premonitorio anuncia el final de la fiesta y el viento persiste en pasar página. 

Todo parece terminar allí, en ese tríptico casi cinematográfico, pero con el sonido de un gong Ramiro y Faustina no tardan en tomar una curva cerrada a toda velocidad en Carretera, un bonus track en el que todos los elementos adquieren cierto espíritu alegre y en donde ambos terminan conduciendo hacia la frontera con cierta despreocupada madurez. 

Sagasti no presenta la palidez estética de cualquier músico, ni la morbidez o el abandono de alguien que se autoproclama leyenda. Todo lo contrario. Se lo percibe fuerte, tranquilo. Lleva pantalones cortos y una remera amarilla con la palabra ‘relax’ estampada. Unos rulos grises e inconfundibles rematan su altura. Tiene la voz de un adulto y los ojos de un niño inquieto y curioso. Su piel bronceada lo hace ver como alguien que recién volvió de unas vacaciones en la costa, pero no, Ramiro pasa su verano en un barrio fantasma de Tolosa, más específicamente en la Sala Isla, el templo-estudio que armó en su casa y donde grabó La Chance. Allí nos recibe una mañana gris y templada.

Después de haber participado en múltiples proyectos todo estos años, ¿por qué crees que La Chance surgió ahora? ¿Cómo fue el proceso de laburo?

Pienso que el contexto, la circunstancia de la cuarentena ayudó. Estar acá, encerrado en casa, en este lugar, y no poder tocar en vivo, hizo que me pusiera a trabajar, a grabar maquetas. Fausti y yo nos pusimos a armar las canciones y cuando la cuarentena se flexibilizó se incorporaron otros músicos. Hay muchos instrumentos que los grabé yo y que después fueron reemplazados. Lo que terminó pasando es que las maquetas se transformaron en los temas del disco. Se fueron agregando y sacando cosas. Teníamos tanto tiempo que tocamos un montón los temas. Hay algo en la interpretación que llega a un nivel de expresividad mayor cuando estás tocando mucho. Es muy difícil volver a lograr una toma así dejando pasar el tiempo, yendo al estudio y ensayando unos días antes de ir a grabar. Estábamos acá y, por ejemplo, tenía 87 tomas de voz. Es un proceso de ensayo, de ver qué notas usas. Entonces, al grabarla en ese momento, de ir corrigiéndolas y buscando la toma entera para que no haya muchos pinches, que el relato tenga una curva… que no sean cosas cuadriculadas sino que, digamos, de repente se da que una frase puede salir mejor, peor, mal pronunciada, con una leve desafinación. Todo eso termina dándole un sentido, una historia. Al trabajar de esa manera fue mutando de maqueta a disco. 

¿Cómo fue trabajar con Aziz Asse?

Laburamos de una manera muy fluida. Es un copado. Le mandaba los tracks y él los colocaba en su proyecto. Por ahí les hacía una modificación y me los mandaba de vuelta. Las devoluciones fueron creciendo y bueno, fue así desde julio hasta la salida del disco. Me gusta cómo produce Aziz porque no es un músico que esté a la moda, es alguien que tiene su impronta, que tiene otra visión de las cosas. Es arriesgado, juguetón, no está encorsetado en un discurso sino que es abierto. Más allá de los géneros o de lo que estés haciendo en un momento particular esa manera de relacionarte con el arte me interesa mucho.

¿Compusiste durante la cuarentena o había canciones que ya tenías esbozadas?

Había algunas que ya estaban compuestas y otras que surgieron durante la cuarentena. En realidad, lo del disco solista surge también en parte para trabajar, yo me cansé de tocar solo con la guitarra. Pensé en hacer algunas fechas solista pero con banda. Entonces agarré unos temas que habían quedado colgados y los empecé a trabajar. Entre esos estaban Rey, Ana, Precipicio. Rey incluso la tocamos con Pérez, hay subido un recital en el Teatro Opera en el que el tema está en una versión distinta. Pero no encontraba la sonoridad…Ana es un tema que vengo arrastrando hace un montón de años, incluso antes que Pérez. Pero era una versión más pop, con una letra más liviana, hablaba de una chica… qué se yo. Era una canción distinta. Después encontré la frase inicial y Ana terminó siendo alguien a quien acudís cuando estás medio desorientado o en un estado de confusión. Hablás con alguien que te salva de alguna manera. Eso se definió en el disco. Precipicio también. La frase del medio se engancha un poco con Pudimos escapar.  ‘Espero encontrarte antes que el sol empañe el aire’ y después ‘Pudimos escapar antes que el sol’. Eso sale de una imágen, mirando. Viste que a la mañana, ni bien amanece, la visión deja de ser clara, se torna brumosa. De ahí sale eso, lo usé para las dos, tienen distintos significados pero de alguna manera se van enganchando. Pudimos escapar y Vámonos son bastante recientes, ya las tenía hechas del verano pasado pero no estaban totalmente terminados. 

¿Y qué hay de la temática?

En general el disco trata de las relaciones entre las personas. De diferentes relaciones, de algunos momentos más divertidos, de otros de soledad en los que querés estar con alguien. Siempre está el encuentro. El disco se iba a llamar El Encuentro, pero se terminó llamando La Chance, porque las personas están encontrándose todo el tiempo. Por eso muchas canciones están en plural.  

Al mismo tiempo, también hay mucho sobre el aislamiento… el “quedate en la nave” de Precipicio.

Sí, pero aclaro que no está necesariamente vinculado con la cuarentena. Puede ser que la situación de encierro haya ayudado a terminar de definir una idea, pero la idea del encuentro social y el aislamiento es algo que estuvo siempre, viene de antes el tema de las personas solas. No hace falta describirlo.

Sagasti termina su frase entre risas, con las piernas cruzadas y mate en mano, rodeado de libros, discos, vinilos y varios instrumentos, entre ellos un órgano Farfisa Fast 4, un piano Rhodes, un sintetizador Casio CZ1000 y la batería de su hija. Como canta en Precipicio, Sagasti está ‘en una habitación llena de objetos interesantes’. Esta es su nave. 

¿Sentís que hay rastros de tus otros proyectos en el disco? Hay un poco de Roto y  Gah Gah, ¿no? 

Sí, si bien es bastante diferente. Canto más grave en este disco. Hablo más. Hay canciones más habladas, a lo Lou Reed, Victoria Mil, Andrés Calamaro, Bob Dylan, personas que cantan por un lado y  después tienen una manera copada de hablar las canciones. Al Polaco Goyeneche también lo podés agregar. En este disco exploro un poco más esa faceta. En Pérez también está eso. Me hundo —del disco Caracas— es un poco así. En Danza también, el último disco, por ejemplo en Leña. Es algo que vengo laburando. Siempre me gustó y me resulta muy difícil. Pero sí, hay muchos puntos de conexión, en cómo construyo las canciones, en los sentidos o situaciones… son conceptos pero acompañados de alguna experiencia.  

¿Qué otras influencias marcaron La Chance?
Lo que se nota más es el costado post punk o new wave, un costado vinculado con Talking Heads. O con Joy Division y New Order. Es la música que yo curtí cuando era pibe. Hay un amor que te queda para siempre con cierta música que descubriste por vos mismo, es inevitable que te quede en el ADN. También se vincula con Lou Reed y Velvet Underground. O con un pop tipo Ok Pirámides. No es que necesariamente se parezca, pero tiene cierto aroma a eso. Con Sumo. Luca. Va por ahí. Hay mucho de las primeras épocas de Los Fabulosos Cadillacs en la música que hago. Muchas de las letras que escribo se parecen a las de ellos, sus primeros discos tienen letras muy buenas. Es una mezcla, es alternativo. No soy un especialista, tampoco, intuitivamente lo creo así. Si bien tiene muchos elementos, es un disco bastante minimalista. Los arreglos y las letras están muy pulidos. Hay una influencia bastante fuerte de Baxter Dury, el hijo de Ian Dury, en el tratamiento de la voces, de ponerlas al frente y que no tengan tanto efecto. Ese sonido crudo… 

Si bien tienen proyectos en conjunto,  ¿qué significa la participación de Faustina en el disco?

Es muy creativa… todos los que participaron en el disco son muy creativos. Pero ella es muy de ir para adelante, no se enrosca, no habla al pedo. La verdad es que fue una muy buena compañera de trabajo. Le consulté mucho las letras también. Sacando que es mi hija, es una excelente música. Tiene buenas ideas, compone unas batas muy copadas y tiene un muy buen tempo. Me gusta la naturalidad con la que ejecuta el instrumento. Cuando canta también. No tiene jeites, sino que la voz le sale de una manera… no sé, como si estuviera cantando bajo la ducha. No se pone mal si algo no le sale, lo practica más. Es un placer.


¿Estaba pensado desde un comienzo que ella cantara Rey

No, al principio lo cantaba yo, grave, y ella se metía en el estribillo. Probamos. Después yo no quise estar necesariamente todo el tiempo en el disco. Incluso en Precipicio, en el estribillo, en la parte más arriba de la canción, está ella. Con Rey preferí que lo cantara todo y que yo metiera algunas frases. El tema era una coda, había estado escuchando un disco de bossa… 

Sagasti se levanta, rebusca entre sus vinilos y saca el álbum La voglia la pazzia l’incoscienza l’allegria, de Ornella Vanoni, Vinicius de Moraes & Toquinho, de 1977

Este. Tienen temas donde una mujer y un varón dicen cosas diferentes y las líneas melódicas se van pisando. Eso sucede en muchas canciones pero justo estaba escuchando ese disco. Y estuve un rato tratando de replicarlo. Parece una boludez pero es difícil enganchar las melodías, tampoco quería que mi voz entrara justo en el silencio y, si se pisaban, tenían que entenderse.  En Rey daba todo para hacer esa cosa medio Pimpinela. 

Artísticamente, para vos, ¿qué significa envejecer?

Sagasti se toma unos segundos para contestar, mira por la ventana el patio de la casa, el viento que mueve los árboles de la casa vecina, sólo se oye el canto sin respuesta de un pájaro

Perder la capacidad de sorpresa y el hambre de conocimiento. Cuando te vas haciendo grande, y eso es algo con lo que uno tiene que lidiar, hay que tratar de alimentar las ganas de seguir escuchando nueva música, de seguir teniendo experiencias y no aferrarte a recuerdos. Naturalmente, si vivís en un presente continuo la memoria es la sustancia de lo que decimos. Eso que estamos mirando ya forma parte de la memoria, el viento soplando contra ese sauce ya está, ya pasó. Básicamente, la vejez es dejar de tener la necesidad de aprender. Y es lógico que pase porque en un momento uno quiere descansar. No es que esté mal, no es algo feo, es feo si sos un viejo choto que está todo el tiempo diciendo que lo de ahora es una mierda. Por ahí cuando creces lees menos, ves menos películas. Pero como todo el mundo, yo trato de escaparle a esa situación. Esto no es algo que se me ocurrió del todo a mí, lo leí también en una novela japonesa, en la relación que se da entre un pibe y un sensei que lo orienta y le dice que se daba cuenta que estaba viejo porque ya no sentía vergüenza de no saber determinados temas. Cuando sos pibe no te querés quedar afuera de las conversaciones. Cuando sos grande no te importa tanto. Por un lado es positivo porque llegas a un nivel de humildad y relax, pero el costado negativo es que podés convertirte en un cascarrabias que no acepta las nuevas cosas. Yo soy una persona mayor, tengo 49 años, pero trato de no ser así. Cada uno vive como puede, no sé. Para mí hace bien incentivarse, el seguir leyendo, seguir escuchando música, como también ejercitar el cuerpo. Es muy común que la gente esté todo el tiempo diciendo que antes era mejor. Por eso cuando Spinetta dijo que mañana es mejor, la rompió. 

Ramiro Sagasti presentará La Chance con banda completa en Pura Vida Bar el 19 de febrero.