119, la revolución de Jazmín Mazzuchelli
El nuevo disco de la música y productora platense conjuga la protesta y la melancolía en siete composiciones impregnadas de vértigo y libertad.
Fotografia: Trinidad González Sardi
Jazmín Mazzuchelli no teme bailar con sus fantasmas. O mejor dicho, hacerlos bailar. La gran prueba de ello es 119, su segundo trabajo discográfico, que a su vez es una carta de presentación con la que reafirma su lugar en la nueva escena techno de la ciudad. Para Mazzuchelli, pasar desapercibida ya no es una opción.
Compuesto durante la cuarentena, en medio de un panorama desolador donde la violencia convertía las casas en jaulas hostiles, Jazmín canalizó en 119 el dolor, la bronca y la impotencia que provocaba saber que cada 32 horas había una mujer menos en el país. A su vez, las formas de injusticia y relegamiento que experimentó a lo largo de su vida personal como en su carrera musical fueron más evidentes que nunca. Cuando el silencio y la oscuridad parecían abarcarlo todo, ciñendo cada pensamiento, cada sensación, Jazmín empezó a hacer música y encontró su forma de resistencia.
Durante los pocos más de veinte minutos de 119 Jazmín proyecta una vorágine electrizante de canciones que, con algunos rasgos del Detroit techno, fluctúan entre el technopop y el downtempo. El inicio inmersivo del disco con Me parece se torna casi rabioso en También el Mar, donde la voz sutil de Jazmín se fusiona con los versátiles sonidos electrónicos que se desatan, a mitad de camino entre lo maquinal y lo humano. Las emociones se desdoblan en sucesivas programaciones y no tardan en hallar su propio movimiento, su propia catarsis.
Pero son los temas Por Acá y Algo que logran resumir la esencia de Mazzuchelli, hitazos que invitan al remix —duran menos de cuatro minutos—, trances que merecen ser alargados y que pueden configurarse como una declaración de principios bailable. Los ritmos y las letras de Mazzuchelli exponen vulnerabilidades y fortalezas, convirtiéndose en sonoridades que rompen patrones antiguos. Con estridencias fugaces y beats potentes, Jazmín atraviesa la pista de baile que, de pronto, más que un campo de batalla, más que un territorio en disputa, es un espacio conquistado.
«No busques no hay nada acá/ No esperes esa señal no no/ No hay nada acá, mi amor», canta Jazmín sobre el pulso de un límite marcado en la movida e íntima Mirar de Cerca. Esa carga introspectiva y melancólica también se siente en las últimas canciones. En Capítulo y 119 las tensiones terminan de liberarse en un ambiente ligero, fluido, donde el dolor del pasado es algo que nunca se repetirá. Jazmín cierra el disco sin pasos en falso, surcando la oscuridad como un halo de luz imposible de extinguir.
La artista platense conversó con ADM sobre el trasfondo de su nuevo disco, las implicancias de ser música y productora mujer, sus búsquedas sonoras y la actualidad del circuito de la electrónica platense.
¿Influyó la cuarentena en la composición de los temas?
Sí, muchísimo, sobre todo por la forma en la que me atravesó la soledad. Tuve tiempo para repensar un montón de situaciones, para elegir qué cosas quiero y no quiero que me vuelvan a pasar. Estaba transitando una situación personal bastante complicada y, al mismo tiempo, alrededor mío y a nivel sociedad estaban sucediendo muchos casos de violencia de género. Muchas mujeres recontra silenciadas y avasalladas por la figura del hombre, por un Estado que no está presente… Nada, todo eso se acrecentó y se agudizó y esas cuestiones como que, al ser mujer y considerarme feminista desde muy chica, me hicieron dar cuenta de que no estaba pudiendo decir lo que quería decir con mi música, con las palabras que me hubiera gustado decirlas. Entonces intenté encarar el proceso de otra manera. Tenía tanta bronca y tanto dolor respecto a un montón de situaciones que decidí dar un giro, por así decirlo, en ciertas maneras de hacer las cosas. Tratar de ser un poco más concreta, más concisa. Y también eso, el tener tiempo para repensar, ver alternativas y transitar procesos que tal vez, sin la cuarentena, hubiera tardado más en entender. En ese sentido me dije que, bueno, tengo el privilegio de tener una casa, de tener una familia que me banca, de haberme quedado sin laburo pero aun así poder seguir comiendo. ¿Qué voy a hacer con todo esto? Algo tengo que hacer. ¿Cuál es mi salida? Y mi salida es la música, es poder decir algo desde el arte. Como soy una militante de la cultura, entonces, quiero que esto les llegue a las personas. Que tal vez les sirva para algo, lo que sea, no sé, bailar, escucharlo e identificarse, decir ‘che, loco, a mí me pasa lo mismo’.
¿Hubo alguna noticia puntual o caso en particular que te haya llevado directamente a descargarte con la música?
Hubo varias noticias. Y también casos cercanos de conocidas o amigas que, conviviendo con sus parejas, se encontraron en situaciones de bocha de opresión y donde se plasmó totalmente la figura de poder del hombre. Todos esos mecanismos de control que antes tal vez pasaban desapercibidos se agudizaron y terminaron siendo casos de violencia de género o mismo de represión de lo que una o une quería ser. Ese fue el punto de partida desde donde quería hablar, el cansancio de sentir esa opresión. Después lo vinculé a un montón de cosas que me fueron pasando. También entró en juego cómo me sentí siempre con respecto a la producción musical, a ser mujer artista, al mansplaining eterno en todos los espacios de la música en general. Antes de hacer electrónica hice indie y ahí también se da. De chica, por ejemplo, iba a un lugar con mi ex compañero —que también era músico y tenía una banda— y cuando él contaba que yo también hacía música me decían ‘ah, sí, sí, bueno, de una’. O también ‘ah, ¿y ella? ¿vos quién sos? Sos la novia de tal, ¿no?’. No sé, cuesta mucho que te reconozcan lo que estás haciendo, tener que justificar lo que hacés porque tu palabra no alcanza. Eso me pesó un montón de tiempo y recién lo pude poner en palabras ahora.
Podría decirse que en las letras hay tanta denuncia como melancolía en ese sentido.
Totalmente. Es como algo de mirar hacia el pasado y decirte ‘faaa, que loco que me permití bancarme todas esas cosas’, ahora no podría concebir que eso pasara. Es un límite que, gracias a haber hecho esas letras y esas canciones, nadie lo va a traspasar. Nadie.
Hay mucho de la catarsis del movimiento en las canciones, de salirse de la situación en la que une se encuentra a través del baile y la música…
Sí, es que también quería sacarle solemnidad, que es algo que me gusta marcar bastante. Hay algo solemne que se genera en el cantautor, en la música, en las canciones. Algo como ‘ay, el artista expresando su arte’, todo muy del genio creador, esa cuestión bastante positivista la quiero eliminar. Entonces, lo que pasa con este tipo de géneros, con cantar sobre unas bases más dirigidas al baile y a la música de pista, es que hace que no sea solemne. Si prestás atención a la letra podés llegar a decir ‘che, wow, que loco’, pero también podés bailar, podés disfrutarlo, llevarlo como un momento catártico.
¿Cómo fue trabajar con el productor Federico Ricchini?
Nos conocimos porque empecé a tomar clases con él y porque también es amigo de amigos y amigas. Cada vez que nos juntábamos, cada vez que teníamos una clase, era más la conexión a nivel musical y la buena onda. A él le gustaba mucho lo que llevaba a las clases y a mí me gustaba mucho su manera de dar clases y sus devoluciones. Y de repente se empezó a transformar en producir cosas juntes. Un día le mostré uno de los temas del disco, para laburar con él y me dijo ‘no, boluda, no lo laburemos en las clases, empecemos a producir juntes y veamos cómo va todo’. De ahí fue para arriba. Nos juntábamos por Zoom como tres veces por semana, a veces hasta tres o cuatro horas, re manijas, produciendo en conjunto. La dinámica siempre consistió en que yo llevaba algo y juntes lo íbamos laburando. En algunos temas había más intervenciones suyas, en otras menos, pero todo siempre en conjunto, nunca era ‘che, yo me llevo el proyecto, lo hago en mi casa y después te lo doy’. Realmente fue un trabajo de coproducción con todas las letras. Además es un artista que admiro un montón. Por ahí él está más acostumbrado a producir específicamente techno y yo le caí con algo más popero indie. Fue hacer una conjugación de estéticas que estuvo re bueno. También la idea era disfrutar, estaba todo muy mal en ese momento. Estábamos en mayo, era todo triste. La falta de la otredad, de las relaciones sociales, la falta del cotidiano con otra persona más que uno mismo. Encontrarme así con una persona fue muy lindo también, poder tener un diálogo y hablar de música. Compartir.
En 119 te despojaste de lo orgánico que había en 118. Diste un salto sonoro importante, un viraje casi radical a la electrónica. ¿Cómo se produjo eso?
Creo que tiene que ver con la solemnidad de la que hablaba. Y también con la necesidad de una independencia a la hora de producir música. Necesitaba dejar de depender de otras personas, sobre todo de mis amigos varones que, no es casual, eran los que más vínculo tenían en su momento con todo lo referido a producción musical. También tiene que ver con que el ep 118 lo saqué en el 2019 pero es del 2017. Ya era muy viejo cuando salió, pero lo saqué igual porque me pareció pertinente. Fue algo que me representó en su momento y sentí que merecía poder sacarlo. Más allá de que ya estaba en la electrónica cuando presenté ese disco también tiene que ver con salir de la solemnidad, del ‘que me vayan a escuchar’, dejar eso de que el artista o la banda sea el hecho y que sea más ir a divertirte. Quería que la gente fuera a verme porque sabe que se va a divertir, no porque tiene que ir a escuchar lo que yo tengo para dar, sino que vaya a aprovechar lo que yo tengo para pasar un buen rato. Que sea un ritual, algo de compartir con amigues. Obvio que la gente que va al espectáculo es porque le intereso como artista, pero también está bueno que haya algo más relacionado con la diversión, con poder disfrutar el momento más allá de todo. No sé cómo decirlo sin sonar cursi o jipi.
¿Crees que va a haber otro salto en cuanto a género en algún futuro próximo? Si pensás seguir en la electrónica o capaz volver al indie y empezar a llevar ese clima para esos lares.
El indie medio que lo llevo en la sangre. Soy platense y desde muy chica escucho esa música. ¿Qué es el indie también? Hasta el Flaco Spinetta tiene canciones indie si te ponés a pensar. Y creo que hay referencias culturales que son muy viejas y que están muy adentro mío que van a hacer que nunca deje de ser indie. Creo que lo que hago sigue siendo indie, en cierto punto. No sé bien qué pasará en un tiempo, en este momento estoy en esto de la música electrónica, pero tal vez mañana quiera hacer metal, no sé. No tengo un criterio del género como algo establecido. Ahora, por ejemplo, voy a hacer un feat con un chico de Mar del Plata que se llama Rachet y hace trap. Colaboré, metí lo que sé hacer dentro de la estética que él maneja. Lo mismo pasó con el tema que salió con Paz (Asurabarrena), que es más downtempo. No lo pienso demasiado. Ahora estoy más en el breakbeat y en ese fla bailable, pero no tengo una idea consolidada de para dónde voy a ir. Me gusta también flashar.
¿Por qué números como título de los discos? ¿Y por qué ‘118’ y ‘119’?
Lo que más me interesa del número es que es como un símbolo. El número no está diciendo nada, tiene un contenido para mí y guarda cierta intimidad y a su vez genera esa cuestión misteriosa de que la gente se pregunte ‘che, ¿y por qué le pusiste así?’. Y no sé, pensá lo que quieras. Tiene un sentido, un contenido que para mí representa un montón de cosas, pero lo que más me interesaba de ponerlo así es que un número no dice lo mismo que una palabra. El número es algo que se ve igual en todos lados. Me parecía interesante que fuera más un símbolo, me representa más eso que una palabra. Y viste esa complejidad de ‘uh, ¿cómo le pongo al disco?’, sentí que iba por ahí, sin la necesidad de explicarlo. Como ya digo tanto en las canciones e incluso éstas tienen títulos, ¿por qué tengo que ponerle un nombre al disco? Está relacionado también con la producción musical, con el BPM de ciertas canciones, que son las que más me gustan, o con la página de un libro que leí cuando era chica y me re atravesó en ese momento. Tiene un sentido haberle puesto así, no es casual, no es que ví el número en la calle y se me ocurrió. Pero me gusta que sea más simbólico, de libre interpretación y sin develar tanta intimidad, que no tenga que regirse por una palabra que lo ponga en contexto.
¿Qué crees que significa que exista Gema Discos en el circuito musical platense?
Creo que Gema nació por una necesidad. Éramos un montón de artistas que necesitábamos tener un espacio que fuera pensado y creado con una perspectiva transfeminista. La idea era que desde un principio nos sintiéramos cómodes participando de un espacio que, en principio, no fuera gestionado por hombres y cuyas condiciones las pusiéramos nosotres. Une de les compañeres decía eso, que era la primera vez que sentía que tenía un lugar para hablar. En la secuencia de la movida electrónica no estábamos sintiéndonos parte de nada o también pasaba que se buscaba mucho la legitimación y aprobación de ciertos sectores que estaban gestionados y armados por hombres. No sé, queríamos decir cosas sin que nadie nos dijera ‘che, no podés decir esto porque está mal visto, porque no es políticamente correcto’. De hecho tenemos un manifiesto donde cada persona que se suma lo lee y se entera para dónde nos dirigimos. Es algo muy fuerte desde lo interdisciplinario también. Si bien es un sello se integran otras actividades como visuales, artes plásticas, cine, hay diseñadorxs, fotógrafxs. Somos un gran equipo interdisciplinario porque entendemos que la salida es colectiva. Es re emocionante y está lleno de gente talentosa a la que admiro, y eso me parece super importante y lindo.
Jamín Mazzuchelli presentará ‘119’ el 3 de abril a las 20hs en Ginger Hall. La fecha también contará con las participaciones de Renata di Croce, Mrsz, Vik Jauregui y Val Spirito. Las visuales estarán a cargo de Maria Luján Vivas. Capacidad limitada.