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Oscar "Turco" Jalil

Oscar Jalil: “Solo soy un fan de la música”

En el día del periodista, ADM conversó con uno de los referentes ineludibles de la cultura musical de esta ciudad que nos cuenta sobre su infancia atravesada por canciones, sus comienzos en el oficio y su mirada sobre el arte de la ciudad.

Corría el año 1976 y un Oscar Jalil preadolescente escuchaba Close to the Edge de Yes. Cerraba los ojos y ante un país sumido en un caos que aún no entendía del todo bien, viajaba hacia otro lugar. Hacia un mundo donde las canciones le daban sentido a todo.

Ese hechizo, lejos de aplacarse, fue un motor para que años después Oscar iniciara un camino como periodista. Primero como encargado del suplemento joven del diario El Día en los noventa, donde desfilaron un sinfín de artistas de la ciudad que no eran contados por los medios del momento y luego como musicalizador y la coordinador artístico de FM Universidad 107.5, donde busca unir la música de distintas partes del mundo sin encerrarse en la idea de lo platense.

A propósito del día del periodista, ADM conversó con el escritor y crítico musical, autor de la biografía “Luca Prodan: Libertad divino tesoro”, sobre sus inicios y sobre su lectura sobre el oficio hoy.

Vayamos al comienzo. ¿Cómo fue tu infancia?¿Cuándo comenzó tu atracción por la música?

Nací en Mendoza. Viví ahí hasta a los 6 años, cuando mis viejos se mudaron a Morón. Hice toda la primaria ahí. Ya había quedado medio loco porque me habían sacado de primer grado de Mendoza a Morón. Era otro planeta. Me encantó Morón. Tenía a todos mis amigos ahí, y cuando tuve que empezar la secundaria vinimos a La Plata. Mi viejo es de acá. Durante años detesté la ciudad, me tomaba el Costera y volvía a Morón. No sé, tuve novias por años allá, tenía todo mi mundo hecho allá. Pasaba música, de chico, a los 13, 14 había armado un equipo de DJ. Todo pasaba por eso, de no estar allá ni acá. 

Empezaste a leer la ciudad como le pasa a muchos estudiantes que recién llegan: desde la novedad. ¿Cómo fueron esas primeras miradas?

La Plata siempre tuvo eso de pueblo grande. Tenía compañeros de la secundaria, con muy buen poder adquisitivo, que nunca habían andado en un subte. No lo entendía. ¿Cómo no anduviste en un subte? ¿Cómo no querés ir a Capital? El platense tenía todo: tenía Estudiantes, Gimnasia, los cines, los teatros, los restaurantes. Tenía ese microclima, que a veces es agobiante y culturalmente limitado. Con mis amigos de Morón nosotros íbamos a calle Lavalle, al cine, donde estaba todo. De más grande empecé ir a las disquerías de Capital, a las de Alfredo Rosso, muy grosas en el sentido del aprendizaje. Yo solo soy un fan de la música. Siempre sentí que el platense vivía convencido o esclarecido de que esto era un paraíso. Esto estaba bueno, pero no era nada del otro mundo. Sigue siendo una mirada muy chauvinista de lo que es La Plata. Siempre tuve una mirada crítica hacia La Plata. Está buenísimo todo lo que pasa en la ciudad, aunque nunca sentí que fuera el mejor lugar del mundo. Y ni aunque viviera en Barcelona diría lo mismo. Había un convencimiento y una necesidad de reafirmar este espacio como único, y siempre creí que esas ideas son más bien conservadoras. De reafirmar constantemente lo propio, lo que es de acá. Me parece una mirada que limita. 

Ese contraste, ¿cómo buscaste exponerlo?

Desde el suplemento y desde Radio Universidad después, busqué que conviva todo, lo de afuera, lo de acá. El Antiranking de Universidad es un poco eso, es un chiste. Que Pángaro, Beck y My Bloody Valentine convivan. ¿Por qué no?

¿Cómo fueron tus comienzos como periodista?

Entré en espectáculos del diario El Día en el 91 , llevando notas semanalmente sobre música. Hice una especie de prueba con el jefe de la sección que era Lalo Panceira, un tipo muy ligado y sensible al arte de La Plata, raro para el diario. Le comenté que la página de música no tenía casi nada, que si le interesaba podía mandarle una nota semanal. Empecé a hacer eso, de agosto a diciembre, hasta que en un momento dije ‘bueno, si no hay nada no vale la pena’. Había empezado a estudiar en la facultad de periodismo de grande, casi a los 27, 28 años. Surgió una vacante de verano, una pasantía por tres meses, que eso es algo que El Día siempre hizo cuando parte de la redacción se va de vacaciones. Te tomaban por tres meses. Al meterme más en el diario me fui alejando de la facultad. Me acuerdo que en Gráfica que me enseñaban cómo titular y yo me cagaba de risa porque era distinto a lo terminábamos haciendo en el diario. Lo lindo de estar en un diario es que participas de ese proceso. Además era una zona muy liberada para hacer lo que se me cantase. No tenía gente encima, salvo cuando ponía algo que atentaba contra la moral del diario. 

¿Qué ideas tenías para el suplemento?

Yo siempre tuve muchas revistas de rock. Usaba fotos de ahí. Afanaba a lo loco porque pedía que compraran revistas de afuera, por ejemplo la Vox inglesa que llegaba a un kiosco en 7 y 48, la entrada a galería Dardo Rocha. Traía muchas revistas extranjeras porque las fotos eran esenciales. A veces hacía traducir algunas notas, con una traductora muy buena del diario. Un equilibrio. A mi me interesaba que el rock de La Plata, el rock argentino, conviviera con el rock internacional. Que esas muestras de novedades, que iban de Beck a Tricky o Massive Attack, esa mezcla entre el rock y esa cosa bailable, estuviese como en un mismo nivel. Que pudiese aparecer una banda nueva de La Plata con otro tratamiento que no fuera la típica foto social, contar quiénes eran y nada más. Lo que pasa es que todas las bandas no tenían historias, entonces era muy difícil armar una nota con un grupo que ni siquiera tenía material editado, en esa época nadie tenía un demo. No salían tantos discos. Eso iba a llegar recién a fines de los 90, cuando tecnológicamente hubo más acceso. 

¿Cómo era la escena en ese momento?

Por aquella época, por el 94 y 95, empezó esa escena local con Estelares, Peligrosos Gorriones, Mr. América. Me acuerdo que armaba un resumen del año en el suplemento y que eran pocos los discos, unos 20 o 15, todos sacados con un esfuerzo extremo. Había muchas bandas buenas, con demos o casetes. Lo interesante del suplemento era ese reflejo, que bandas como los Gorriones aparecían en notas largas o en la tapa. Era como presentar una banda nueva de afuera. Salvando las diferencias había una igualdad o, por lo menos, que compartían un mismo espacio, tanto las bandas consagradas como las bandas nuevas de La Plata. 

¿A qué apostabas en el suplemento?

Había variedad en el suplemento, no era solo rock, había cine, literatura. No sé cómo hacía. Tenía una garra. A veces me quedaba los miércoles a la noche hasta las dos o tres de la mañana, cuando había que mandar la última parte del suplemento, o iba muy temprano, el jueves, a terminarla. Siempre corrí con los de fotomecánica, jugué con esos manejos del tiempo. No era un proeza ni nada por el estilo, se podía hacer, pero se cubría todo. A partir del 95 el diario dejó de ser tipo sábana y comenzó a salir tabloide tipo Clarín, con un laburo diferente de tapa con los diseñadores, que fuese llamativa, no poner solamente una foto. También se empezaron a hacer notas que tuvieran análisis, como Se Dice de Mí, donde hablaban periodistas y productores de Buenos Aires sobre el rock platense. Estaban, no sé, Fernando García, Alfredo Rosso. Creo que el suplemento funcionaba porque no había nada.

¿Hasta cuándo te quedaste en el diario?

Me quedé hasta el 2000. Ya en el 93 había logrado cierto manejo del oficio pero ya tenía el techo. Como veía que me faltaban herramientas para escribir me metí en el taller literario de Gabriel Bañez. No creía mucho en el formato, yo no quería escribir cuentos sino que quería mejorar mi escritura. Estuve varios años, me ayudó muchísimo, porque abrí el juego y empecé a mezclar un poco, a adquirir ciertos gestos literarios para escribir una nota, armar un perfil. Fue importante. 

¿La idea de rock platense te inquieta?

Yo notaba acá a los pibes como muy contentos de la ciudad. No había necesidad de conocer otra cosa. Para mi era importante cómo los otros leían a la ciudad, los que no vivían acá. Yo siempre noté elementos propios. No sé si eso define al rock platense, pero estaban y siguen estando. Que vos vengas a estudiar acá a La Plata, interactúas con los de tu ciudad y que de ahí se forme una banda, con esa mirada tanto foránea como citadina. Estelares, Las Canoplas, son algunos ejemplos importantes. Los Peregrinos antes de Estelares. No es lo mismo. No pasa en Capital, no pasa en ningún otro lado que pibes de 17 años que viven con sus padres de pronto llegan a La Plata y tienen su departamento con una posibilidad de libertad que si no estudiasen no sería posible. En ese intercambio, con alguien que estaba de novio con una estudiante de psicología, o un amigo que es escenógrafo en Bellas Artes, de todo esa interacción entre personas se arma algo único. Vos ibas a un recital de Víctimas del Baile y estaba Pángaro sentado en un sofá sin moverse, mirando el concierto arriba del escenario. Me lo decían muchos artistas de otros lados, que acá había una mirada artística extra o un cuidado mayor. Cada banda era un equipo interdisciplinario, con gente para todo y en una ciudad que la hacías caminando. Eso no pasa en otros lugares. 

Como guiño con tus cuestionarios en el Suplemento Joven, nombranos tres discos, tres canciones y tres libros que te hayan marcado.

Tres discos

Clics Modernos – Charly García 

Divididos por la felicidad – Sumo 

Conga – Daniel Melero

Tres libros

El ángel subterráneo –  Jack Kerouac 

El cuarteto de Alejandría – Lawrence Durrell

La conjura de los necios – John Kennedy Toole

Tres canciones

The Carpet Crawlers – Genesis  

Forbidden Colours – David Sylvian y Ryuichi Sakamoto

Ashes To Ashes – David Bowie 

 

 

Matías es periodista cultural. Colaboró en el diario El Día y es docente de gráfica en la Facultad de Periodismo de la UNLP. Quiere morir con 'The Thrill is Gone' de Chet Baker de fondo.