Jung Li: del otro lado de la fusión
Foto: Antonia Elicers.
El guitarrista y cantante de Simbiosis repasa junto a ADM la evolución desenvuelta de la banda, su multifacético costado solista y los desafíos de su rol como productor de diversos proyectos.
Julián Rossi arma el primer cigarrillo de los cuatro que fumará en la próxima hora. Sentado en uno de los extremos de la mesa del comedor tiene, a un lado, tres paquetes dispersos de tabaco de distintas marcas, y al otro, bajo la ventana que da a un patio interno sumido en la negrura, una taza humeante de café recalentado. Hay también una flor amarilla levemente torcida que apunta hacia el cielo nocturno de La Plata. Afuera los restos del invierno siguen azotando la ciudad, demorando el cambio de estación.
En dos días Julián va a dejar la casa en la que vivió con su hermana Clara por cinco años y mudarse a la Marilyn Mansion: un caserón construido en 1920 que perteneció durante mucho tiempo a una zoóloga ermitaña, especialista en moluscos, y que ahora se convirtió en un santuario para soñadores y manijas del arte. Allí planea instalar un estudio de grabación y empezar en un futuro próximo las Marilyn Sessions con músiques invitades.
Julián ya no lleva el pelo largo y teñido de amarillo -como puede verse en algunos de sus últimos videos y fotos promocionales-, sino que lo tiene negro, corto, casi rapado a los costados. Más que cansado por los preparativos de la mudanza, parece distendido, seguro, consciente de los cambios y múltiples proyectos en los que se encuentra involucrado. Pasa la lengua sobre el papel seda, lo enrolla sin problemas y se acomoda el cigarrillo entre los labios. Agarra el encendedor. La llama devora la punta del cigarrillo. Él aspira y el humo escapa de sus fosas nasales. Ahora sí.
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Simbiosis se formó en 2009 en la ciudad de Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires. Está integrado por la hermana de Juli, María Clara Rossi (voz, sintetizador), y por los hermanos Zatti: Pablo (bajo) y Mariano (batería, percusión). Tuvo la incorporación de Mati Rainbow (voz, sintetizador) en 2018. A lo largo de su trayectoria, Simbiosis modeló y perpetró composiciones vertiginosas y estructuras sonoras impredecibles. De Corduras y Subsuelos (2013), su primer disco, evidenció el estudio profundo del rock progresivo y el avant garde, la asimilación de referencias y sus elementos más distintivos en un sonido propio y potente. El relato dramático de confesiones adolescentes y su perspectiva de la realidad quedaba casi rezagado detrás de pasajes de filo experimental, donde las guitarras escurridizas, los acordes pronunciados del bajo, las percusiones enérgicas, los empalmes de grabaciones de diálogos, algunas pinceladas de jazz y la incorporación a la fórmula barroca de instrumentos ‘simples’ como el birimbao y el ek tara sellaron un debut más que prometedor.
En su muñeca izquierda Julián tiene un tatuaje pequeño que, ante una mirada superflua, se asemeja a una lemniscata, una figura en horizontal, similar al número 8 o al símbolo del infinito. Pero al observar con atención puede verse que, en lugar de cerrarse, las líneas grafican otro tipo de conexión: el instante preciso en el que dos cuerpos o entidades que se fusionan entre sí y consolidan una misma estructura. Una unión que desemboca en algo nuevo. El dibujo es el logo de Simbiosis y acompaña a la banda desde sus inicios. Julián cuenta que se hizo el tatuaje del símbolo a los 17 años, y que el tatuador le dio un speech sobre interacciones moleculares que es incapaz de reproducir en este momento. Como en una especie de pacto de sangre, revela que los hermanos Zatti también se lo hicieron, pero en la espalda. Clara fue la única que no se tatúo. “Ella tenía 13 años en esa época, era muy chica como para tatuarse. Al final nunca se lo hizo”.
Ni bien terminó la secundaria en 2012, Julián se fue a vivir a La Plata para estudiar composición en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Para Simbiosis, la mudanza de su guitarrista fue como un final abierto. Empezaron a tocar circunstancialmente, cada vez que él ‘volvía al pueblo’, en los veranos o en las vacaciones de invierno. «Pero no era lo mismo que vernos todas las semanas», evoca Julián, quien no perdía la oportunidad de hablarles sobre la efervescencia del ambiente platense, de la cantidad de artistas influyentes y de escenarios dispuestos para cualquiera que quisiera subirse a canalizar energías. Aunque reconoce que, más que la tentación de un terreno novedoso, eran las ganas de tocar juntes lo que impulsaba a intentar convencerlos de mudarse. «Somos muy amigos, nos cagamos mucho de risa de las mismas cosas, entonces eso lo llevamos mucho a la música». Tres años después, en 2015, el traslado del resto de la banda se concretó.
En 2016 Simbiosis lanzó Wu Wei, su segundo disco. El título rescata un principio filosófico oriental asociado al taoísmo que señala que la mejor manera de afrontar una situación es no actuar. Sin ser una alusión a una actitud pasiva, sino más bien a dejar que los acontecimientos fluyan, supone una forma natural de hacer las cosas, sin forzarlas con artificios que desbaraten su esencia. Y eso es algo que ocurre con la sonoridad de Simbiosis en esas canciones: su madurez es sincera, contundente. Las emociones se evidencian con destreza en texturas redefinidas, quizás un poco menos agresivas que las del primer disco, pero igual de crípticas y envolventes. La imposibilidad del amor (A veces pienso que no hay nadie en vos) y las presencias y ausencias que se trastocan en una manifestación metafísica (Ayayaya-há y Aunque tu cuerpo) son algunos de los tópicos que se asoman en las letras, escritas casi en su totalidad por Julián.
Con más de diez años de trayectoria encima, un sinnúmero de presentaciones en vivo, dentro y fuera de la provincia y del país, Simbiosis lanza Moonligth Flete (2019). Atrás quedaron los temas de siete minutos. Más conscientes que nunca del auge de los nuevos formatos, adaptan la mayoría de sus composiciones complejas a paquetes de menos de cuatro. La barra de lo progresivo se resquebraja con el funk explosivo y la profundización de los juegos corales. Las tendencias experimentales y melódicas de la banda se ajustan incluso al flow y la entrega de una interpretación rapeada de Julián en Cerca. Si la voz de Clara aparecía como un secreto desgarrador en Velas en el Sol -tema del primer disco- y se desataba aún más en Wu Wei con No soy Bipolar y Pase, en Moonlight Flete confirma su presencia más que nunca, especialmente en la inmensa La montaña y en la spinettosa Quien. Todas evidencias de apertura estilística, de que los años transcurrieron pero ellos nunca se encerraron en sí mismos.
La Plata ya no significa para Julián lo que significó en esos primeros años. “En ese momento para mí era la investigación de estar solo, sin la familia y conociendo gente a full. Ahora para mí es un momento de concreción. Me sirvió para tener una experiencia. Ahora quiero plasmar todo eso junto en algo, ya sea música o algo diferente a lo demás, como lo audiovisual”.
El ciclo habitual de Simbiosis de lanzar un disco cada tres años (2013, 2016, 2019) es, aparentemente, involuntario. “Es verdad, no lo había pensado”, dice Julián con una sonrisa, sacando un lillo de la cajita. “Y ahora, bueno, 2021. Queremos lanzar un EP, con un videoclip medio de terror y gore que filmamos en la Marilyn en diciembre del año pasado.
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Un día Julián se estaba creando el perfil de Instagram y, como no quería que apareciera su nombre entero en el perfil, se le ocurrió poner ‘Jung Li’. Un pseudónimo de sonoridad similar a la del psicólogo suizo -que no fue una referencia puntual- y que le sirvió para bautizar a una identidad casi ficticia, el otro costado de una personalidad inquieta. Para muches el año de la cuarentena fue un año de mentira, quieto y algo desaprovechado, pero para Jung Li fue provechoso, ya que se abocó a impulsar su proyecto solista y a producir artistes amigues.
Julián se siente seguro con el rol de productor. “Es donde quiero estar ahora. Obviamente con mi banda, mis cosas, pero también produciendo a otra gente”. Colaboró con más de diez proyectos, disímiles entre sí, con el mismo nivel de compromiso y diversión. “Ahora me está pasando con Seybah, una amiga de Chile, que está allá. Estamos produciendo un disco de ocho temas hace poquito más de un año y realmente siento que, cuando una persona te da algo para producir, te está entregando una parte de su mundo, confiando en que termine de concretarse a través de tu criterio. Es un montón de data y de responsabilidad que hay que asumir. Y es algo que me gusta, esa clase de confianza”.
Confiesa que no hay un método específico para encarar nuevos imaginarios. Todo se devela en el camino. “Lo musical a veces se desprende de elementos que no son musicales, de conceptos. Hay muchas personas que caen con la música, sí, pero también hay otras que te caen con el concepto que va más allá de eso. Implica tomarse ese rato, venir acá, tomar unos mates y, antes de abrir el tema, ver de qué se trata, ir descubriendo de a poco”. De ese tipo de proceso surgió, por ejemplo, el sencillo On The Borde, de le flaneur espiritual Fedah. En su cuenta de Ig Jung Li lo describió como un techno digno de sonar en Guajira a las 4 a.m.
Ahondar y ocuparse de los ajustes técnicos y sonoros de un sentimiento también puede denotar un ejercicio terrenal: alejarse de los programas de la computadora y meterse de lleno en otro mundo. Es lo que sucedió con les Bochadeinfo. Para consolidar la ternura corrosiva de su primer disco decidió asistir a los ensayos. “Fue ir a la casa de les pibis y ver cuándo entraba un platillo, cuándo no, revisar por separado algunas líneas del bajo. Fue más artesanal, de ir y poner el cuerpo. Un proceso que duró poco más de un año”.
Durante la cuarentena también estuvo involucrado en el armado de Al Oído, el primer EP solista de su hermana Clara. Una triada de canciones tan luminosas como melancólicas, con raíces latinoamericanas arraigadas al pop contemporáneo. “Al vivir con ella, en ese momento, escuchaba los temas, cómo los empezaba a componer todos los días. Mary se pone a hacer un tema y lo toca cinco mil veces en un mismo día. Entonces desde el principio que lo fui escuchando y, de a poco, fuimos viendo cómo resolvíamos el resto de los instrumentos”.
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“Con Simbiosis tocamos hace 12 años y hay veces en los que se necesita un impasse, para poder respirar y preguntarse ‘bueno, en qué andamos’, ‘¿estamos en ésta?’, ‘yo sí, yo no’. Todo ese tiempo, esos años, también fueron procesos por separado. Entonces, en un momento, pintó hacer mi música, solo, que ya la hacía desde antes pero nunca la había subido o compartido”, argumenta Julián la necesidad de generar una tangente solista como Jung Li.
Julián dio los primeros pasos del proyecto junto a Juan Ponte, artísticamente conocido como Della. Amigos desde séptimo grado, compartieron progresos formativos y afinidades musicales (hicieron de Nirvana una religión). “Della fue la primera persona con la que me junté a tocar la guitarra eléctrica y flashear riffs y otras boludeces. Con él es como un sí a todo. No me pasa con todo el mundo”. Años después la química entre ambos se trasladó a sencillos como Salir (2019) y No Feelings (2020). Con Jung Li como excusa, Julián se alejó del portal progresivo de Simbiosis y encauzó sus experimentos a la interfaz lúdica de Ableton. Además, reforzó su identidad con una impronta estética audiovisual. Los videoclips de Jung Li parecen salidos de esas películas extrañas e independientes con las que uno podía toparse en la televisión en pleno zapping de insomnio.
Los beats brumosos y minimales que guían el laberinto emocional de Salir se conjugan con las imágenes claroscuras de un Jung Li poseído en una casa embrujada, envuelto en una coreografía espectral. En No Feelings Della y él son cuerpos retorcidos en pendientes de tonalidades pastel, maniquíes que alguien arrojó al suelo y quedaron en una posición incómoda. Sus manos se abren y liberan toxinas coloridas, los restos de algún sentimiento. La voz desencantada de Julián se imprime sobre una base delicada y concisa para mezclar la vulnerabilidad con algo de pose autoprotectora: “panic attack ahí en la calle/ mejor vuelvo a ser el mismo de antes/estoy bien ya no quiero feelings”.
Una noche Julián vio cantar a Carla Covacevich, alias Ramiro Wey, en lo que supo ser la cervecería Plutón y quedó fascinado. Hacia el final del concierto se acercó y le propuso hacer algo juntes. Tiempo después, este año, sacaron el single Carne de Cañón. “En el transcurso de la composición nos dimos cuenta que nos llevábamos muy bien y que nos cagábamos de risa”. La introducción etérea de la canción deja paso rápidamente al sonido crudo de guitarras acústicas. Una disposición básica que, más allá del primer estribillo, se expande con una secuencia sintetizada disruptiva y zigzagueante.
“La letra trata un poco de sentirse un poco carne de cañón, desamparado en ciertos momentos, como expuesto a ciertas situaciones que te exceden. Y por eso, quizás, también la estética del videoclip, como que estamos todos medios matados, menos en una”, sintetiza Julián. En el videoclip, Jung Li y Ramiro Wey emergen de las aguas turbias del Río de La Plata como tripulantes de un navío hundido. No se sabe de dónde vienen ni hacia dónde van, sólo que se suben con la celeridad propia de unos fugitivos a la caja de una camioneta roja. Viajan con la luz opresiva del sol sobre sus cuerpos empapados, dispuestos en ese escenario traqueteante desde el cual observan el mundo con cierto desgano. En un momento de su periplo se integran con otros seres de la deriva, criaturas marginadas que momentos antes chapoteaban en el barro de una playa sucia y bailaban en el interior de una casilla de cemento abandonada en la orilla, como si hubiera sido arrastrada hasta allí por la marea.
Relató el rodaje en su cuenta de IG de esta manera: “Ese día llegamos a la playa más random de Punta Lara llena de basura lloviendo tipo 6 am, re fisuras medio escabio. De ogt conseguimos auto para ir. Les dije a las @bochadeinfo si kerian aparecer aunque no teníamos mucha idea de lo que íbamos a hacer sabíamos que la onda era ser nosotros, ahí rancios, sin ceja, en una, mejor compañía no podría haber encontrado”. Julián no pensaba encontrar esa casilla varada en la playa y desconocía qué camioneta iban a usar. “Estaba pensado, sí, pero no sabíamos que iba a ser esa. Fue mucha suerte poder haber conseguido esa camioneta roja. Era del papá de una conocida de una de las pibas de la producción, que justo también conocía pero no veía como hacía 5 años. Fue un golazo”.
Julián anuncia que planea sacar un EP solista antes de que se termine el año: tres temas distintos entre sí, basados en recuerdos oscuros y sueños un tanto perturbadores relacionados con la ansiedad. “Soñaba que estaba en un lugar y sabía que alguien quería entrar por la puerta, que iba a patearla y hacer mierda todo. No sé, que estaba por caer la policía o algo. Eso acrecentaba mi ansiedad pero nunca terminaba de suceder. Cuando por fin la puerta se abría me despertaba. Entonces tenía ganas de pensar en esto de una presencia corporal a la cual no le ves mucho la cara, que no sabés qué es pero que está ahí, siempre queriendo entrar”. Sensaciones turbulentas que pasan por un filtro pop y bailable, un compendio que recibirá el título de Gobri que, como en la mayoría de los nombres que Julián elige, surgen por mera casualidad. “Le había puesto Gorillaz al proyecto de Ableton, porque había una parte que me hacía acordar a ellos, pero entonces, en un momento, lo empecé a cambiar y quedó así. No sé, me gusto la sonoridad del término”.
Aplasta el último cigarrillo contra el cenicero y dice, como al final de una fugaz retrospectiva, que no se reconoce en ningún estilo o género en particular. “Siempre me reconocí más que nada en el formato canción, pero al entrar en la facultad eso se desarmó e hizo que quisiera hacer otras cosas, que no necesariamente tienen que impactar de una en el otro, sino que pueden tener otro tipo de preparación. La cuestión es que el oyente tiene que tener determinada predisposición para la escucha, pero bueno, yo creo que se puede componer para varios tipos de situación. Así que, en definitiva, no me hallo en género alguno”. Julián está cómodo en esa nebulosa.
Jung Li tocará este sábado 9 de octubre en la Marilyn Mansion. La grilla del evento -que empieza a las 19- también está compuesto por Zymbolo, Las Hermanas Makana y Wenaywapa.