Del barrio a la tarima: el viaje de La Negra Buggiani
La artista marplatense presentó su EP en la Sala 420 el 7 de diciembre pasado. Juan Facundo Díaz conversó con ella en la previa del concierto sobre sus orígenes, sus viajes por Latinoamérica y la producción de su disco debut.
Los caminos que llevaron a Florencia La Negra Buggiani desde el barrio hasta la tarima han sido bastante intrincados. La aventura la guió por varios países de América del Sur y entre música, amigues, frustraciones y experiencias reveladoras decidió volver a la Argentina, recaló en La Plata y se enamoró de su naturaleza, su dinámica y su gente. Hoy presenta Del barrio a la tarima, justamente, su nuevo EP. Un disco cargado de rap y barro para el que se rodeó de un equipo inmenso y así poder hacerlo realidad. Sobre el escenario de la Sala 420, Florencia podrá demostrar cómo todas sus vidas vividas le han dado forma a La Negra Buggiani y cómo su nuevo disco es la cristalización de una vida musical.
Florencia estuvo en contacto con la música desde muy chica. Nació y creció en Mar del Plata en el Barrio Etchepare, un lugar de casas bajas y techos compartidos, uniformes y eternos. Allí vivió rodeada de chicos y chicas por el labor de catequista de su madre y su pulsión de profe de música. “No había una iglesia en el barrio, no había nada. Era como una excusa para que les pibes vengan a mi casa, porque en realidad mucho no se hablaba de Dios”, dice la Negra. “Mi vieja era más de hablar sobre música, se reunían a tomar la leche en mi casa los miércoles y sábados después de las 5 de la tarde. Se abrían las rejas y venían todos los guachines”. En esas reuniones barriales la pulsión musical estuvo presente desde el inicio y Florencia curtió su espíritu de protagonista montando shows en la galería de su propia casa. “Una vez por mes o cada dos meses hacíamos un show. Mis amigas y yo armábamos una coreografía y venían todos los del barrio con su sillas y reposeras a mirar cómo bailábamos”, recuerda.
Después de crecer en la ciudad balnearia bonaerense, a sus 18 años y a modo de aventura se fue a vivir a Brasil durante tres años. “No tenía miedo de nada, es una edad que no tenés miedo. Vendí todo, hice temporada en Mar del Plata trabajando todo el día y con eso me fui”, dice. Un día, mientras tocaba canciones de Amy Winehouse y Aretha Franklin con su banda en un evento privado de arquitectos y gente poderosa en Río de Janeiro, le avisaron que Ronaldinho estaba entre el público. “Nos dieron una tarjetita para poder pedir lo que quisiéramos en el bar. Yo tenía 19 o 20 años recién cumplidos. No comí nada y tomé un montón de whisky. Estaba prendida fuego y cuando terminó, bajé del escenario y vino Ronaldinho con toda la familia, un montón de gente a saludarme. Yo no podía hablar del pedo que tenía. Al otro día me agarró el encargado del bar y mis compañeros de banda y me cagaron a pedo”, recuerda. “Flor, ¿vos querés hacer esto para tu vida?”, le preguntaron. “Entonces te tenés que cuidar y ser profesional”. Esa primera experiencia reveladora entre el descontrol adolescente y el choque con el profesionalismo plantó la semilla del compromiso, la responsabilidad artística para su vida y la elección de un camino dentro de la música.
Las aventuras la llevaron un año por Perú y otros seis meses por Chile. Sin embargo, fue en Ecuador donde realmente se encontró con su rol de música profesional, pero de todas formas el curso de los sucesos la llevaron nuevamente hacia Argentina. Allí tocó en una big band en casamientos, eventos y plazas públicas para más de diez mil personas. Eso convivía también con su trabajo en la calle, apoyada tan solo en una pista haciendo canciones de Amy Winehouse, Missy Elliot, Lauryn Hill o Aretha Franklin. “Lo mío fue una vuelta medio traumática. Estaba con un chabón muy violento. Un día teníamos que tocar para un festival muy grande y vi una trompada que iba a mi cara y pegó en la pared. Él se quebró la mano y ahí fue donde hice el click. Estaba en esa situación de violencia hacía mucho tiempo pero no me había dado cuenta”.
Fue entonces que Frank, un gringo amigo de casi sesenta y cinco años, levantó el teléfono y entre él y su papá le compraron un pasaje de vuelta a Mar del Plata para reencontrarse y reconstruirse. De nuevo en su ciudad, Florencia volvió a curtirse como música en eventos privados y fiestas y volvió a nutrir su lado artístico. Sin embargo, algo le faltaba. Entonces un primo, hoy integrante de Firpolar, le dijo que por qué no venía a La Plata, que viajara a conocer la ciudad y que estaba convencido de que le encantaría. “Yo estaba desorientada. No sabía qué hacer con mi vida. Cuando llegué pensé: ‘este es mi mundo’. En mi cabeza existía ese mundo, pero nunca lo había visto. Me sentí re cómoda, sentí que nadie me miró por lo que tenía puesto, que nadie me estaba juzgando”. Si en diciembre vino a la ciudad a conocerla, dos días le bastaron para anotarse en la Facultad de Bellas Artes para cursar Música Popular al inicio del año siguiente. Al mes estaba en La Plata con un bolso, un colchón, la computadora y un piano. Y entre ese nuevo universo y las revelaciones en un contexto de nuevas posibilidades, apareció y se estableció el rap en su vida.
Para Florencia existía la rapera y la cantante dentro de una misma vida. Sin embargo, aquí en La Plata las pudo mezclar y potenciar entre sí. “Siempre estuvo ahí el rap. Me ayudó mucho el feminismo en eso y le doy un puntazo muy grande a Cami Le, porque me abrió una red con DDR para empezar a conocer toda la movida de acá”, dice. Fue en ese mismo programa de Radio Universidad que hablaba de hip hop platense donde Florencia mostró, por primera vez, una canción propia. La aparición de Rudas como un colectivo de producción de eventos de hip hop con anclaje feminista que le daba lugar a las mujeres y disidencias a ocupar los espacios artísticos y logísticos fue, también, el lugar indicado para su debut. “Fue ver la recepción del público en Guajira y dije: ‘Ah, bueno. Puede funcionar, eh’”.
Lo que siguió de allí en más, desde esos beats de uso libre descargados de Internet hasta hoy, con su nuevo EP en la calle, ha sido un camino de orfebrería arduo y minucioso. Sin embargo, así como se lo demostró la naturaleza platense apenas pisó las diagonales y así como también lo experimentó junto a Rudas, nadie es capaz de construir un imperio de forma solitaria. Fue entonces que, para desarrollar sus canciones y su búsqueda como artista de forma definitiva, Florencia se rodeó de gente que supo ayudarla, potenciarla y crecer a su lado. “Estos casi 5 años juntaron a estas 38 personas que me ayudaron a desarrollar el disco. Yo sola no lo podría haber hecho”, advierte.
Del barrio a la tarima suena, entonces, a una aventura y odisea colectiva. Construidas sobre el sonido de los 80 con bajos bien funky, baterías marcadas y mucho groove, las canciones del disco se erigen como el lugar propicio para su lucimiento como cantante y MC. Uno de los grandes responsables para alcanzar el sonido al que llegaron fue Rodwin Boonstra, el bajista patagónico e integrante de Firpolar que aportó lo propio en su primera experiencia como productor para componer y vestir las canciones de La Negra. Entre maquetas, beats y canciones germinales, ambos decidieron encarar la aventura de un disco juntos y sortear los obstáculos que pudiesen presentarse durante el proceso. “’Bueno, probemos’, le dije. ‘Vamos a construir juntos’. Así arrancamos con alguno de sus beats. Fuimos mejorando, obviamente. Él fue aprendiendo un montón durante todo este tiempo y yo también buscando el sentido estético que le queríamos dar a la música”. Para ser un primer disco, en él están volcadas todas y cada una de las vidas de la Negra Buggiani hasta ahora. “Siento que pude expresar mi esencia”, dice satisfecha. “En principio éramos dos o tres y después terminamos grabando casi todo orgánico con músicos porque nos manijeamos”.
Un grupo de bailarinas, vestuario, maquillaje, la banda de músicos, un cuerpo de cuerdas, prensa, manager, producción y un larguísimo etcétera de gente y roles que habrá detrás de la presentación de Del barrio a la tarima el 7 de diciembre en la Sala 420 de La Plata. Un grupo de 38 personas que, con cariño y respeto, han puesto lo suyo para poder hacer realidad el proyecto de disco de Florencia y llevarlo al vivo. Sin embargo, si bien la tarima era el objetivo no es el destino final de este viaje que la Negra inició artísticamente hace años. Porque si le preguntan cómo se llega del barrio hasta ahí, puede que la respuesta esté entre los caminos y aventuras que la llevaron por Mar del Plata, Brasil, Chile, Perú, Ecuador y La Plata. En el disco, sin embargo, no se saborea una sensación de lugar de llegada. A fin de cuentas no importa, lo importante no es el destino sino el viaje.