Shaman Herrera: En busca de la profecía
Fotos: Luciana Demichelis
Foquista: Brian Núñez
Estudio: APA Estudio Fotográfico
Backstage: Martina Ledesma
Primavera
El bosque como refugio y el refugio como inspiración. Ahí está Shaman Herrera. Sentado en una gran piedra, guitarra sobre el regazo, amparado por la montaña y los árboles. Más abajo pasa un río que nace en un lago a unos pocos kilómetros. La luz dorada se mete entre las ramas de una forma extraña. Está componiendo una melodía y esa melodía se va a convertir en la pieza de inicio de su próximo disco, El Primero es el Último. Es la primavera de 2017, el Año del Gallo.
Shaman Herrera es una de las figuras claves para entender buena parte de la música que se compuso en La Plata en los últimos 15 años. Con su canto, su guitarra e innumerables colaboraciones creó un universo propio. Un grito nuevo, un caos en busca de satori. Primero en La Plata y ahora desde un bosque del Sur, en un lugar que atraviesa toda la vida del artista patagónico.
Ese bosque es el lugar que eligieron Shaman y su compañera, Regina, para vivir y criar a su pequeña hija Govinda. Se instalaron en la primavera del año pasado en una cabaña modesta al pie del Cerro Pirque, a unos 3 kilómetros del pueblo Epuyén.
En la historia de por qué eligieron ese lugar hay una serie de conexiones que titilan en el tiempo. Lucas Chiappe, un fotógrafo ecologista amigo de sus padres llegó a esa región en los ‘70 para llevar una vida alejada de la ciudad. Desde entonces fue un destino recurrente para la familia Herrera, un lugar que Shaman conoce desde chico.
En una búsqueda parecida a la de aquel fotógrafo está ahora Shaman. “Me siento muy conectado con esta forma de vivir; no siento tanta presión. Hay una cuestión que tiene que ver con la ciudad, cuando estás inmiscuido en tantos proyectos, que te puede potenciar pero que a veces te aplaca. En Epuyén estoy más relajado. Busco una conexión, tratar de expresar lo que está pasando ahí”, dice. La nueva vida implica bajar algunos cambios y experimentar nuevas tareas: desde hachar leña, trabajar la huerta y juntar hongos hasta meterse en el bosque para componer y subir al altillo para grabar.
Otros cofrades también vivieron la experiencia de ir a vivir a esa zona del mundo. Miguel Cantilo, Kubero Diaz y Jorge Pinchevsky se instalaron unas temporadas en Las Golondrinas, bastante cerca de Epuyén, a comienzos de los ´70. Pinchevsky entendió lo que quisieron decir Los Beatles en “Strawberry fields forever” cuando estuvo viviendo ahí. “En primavera no podíamos caminar sin pisar las frutas”, decía Jorge. A Shaman le pasa lo mismo. Donde está su casa hay moras y frutillas silvestres por todos lados, además de las plantas de frambuesa que él plantó y de los frutales de peras, guindas y manzanas que ya había en el lugar. También hicieron una huerta que tiene tomates, lechuga, bastante acelga, brócolis y hasta un poco de maíz.
En medio de ese paisaje está Shaman, un hombre que construyó su prolífica carrera musical muy lejos de ahí, pero que de alguna manera siempre tuvo presente. Las canciones, que ahora compone mientras juega con su hija o después de internarse en el bosque.
El eterno retorno es una idea que late en su obra y en su vida. Instalado en el sur, Shaman siempre vuelve a la ciudad.
Verano
Comienza el 2001 y el último plan que se le pasa por la cabeza a Shaman es hacer una banda. Acaba de dejar Comodoro Rivadavia, su ciudad de nacimiento y crianza para viajar a La Plata a estudiar cine.
Los primeros años fueron de vagabundeo. De conocer y explorar. Con su amigo Martín “El Nene” Schneider, con quien en Comodoro tenían la banda Delikatessen, pateaban la ciudad; frecuentaban mucho la zona de La Placita y se perdían por cualquier diagonal. Las diagonales, para los recién llegados, son como agujeros negros: te pueden dejar muy bien o te puede hacer terminar en cualquier lado, pero la sensación de estar perdido es inevitable.
“Pero con la música nunca corté”, dice. Al poco tiempo de llegar, en 2003 arma su primera banda en La Plata: Menashatrua, con Tulio Simeoni en batería, Esteban Negri en teclados y él en bajo y voz. “Ahí empecé a conocer a gente que aún sigue tocando. Ahí conocí a los El Mató, a Sr. Tomate, a Prietto… todos nos cruzamos más o menos ahí”, cuenta. Con ellos, mientras cultivaban una amistad, formaron bandas que hicieron que La Plata sea una de las escenas más efervescentes de la cultura rock de los últimos años. En esa comunión, la búsqueda artística de Shaman fue fundamental.
“No hubo un plan -asegura-. Ninguno arrancó esto pensando en algo que pudiera perdurar. Fuimos encontrándonos con lo que venía. Todos los proyectos surgieron ayudándonos entre nosotros para poder hacer las cosas. Pasó Cromañón y no había lugares para tocar. Entonces alguno ponía la casa y tocábamos ahí”.
De ese caldo de cultivo salieron nombres claves. Poli, por ejemplo. “La conocí justo antes de que forme Sr. Tomate, cuando estaba en Círculo de Medianoche”. O Chango. “A El Mató los conocí en una fecha que fui a ver a la banda que tenían en ese momento Werner Schneider y Tomás Vilche, El Tío Pastaflora; después tocaron ellos y me impactaron”. Y Maxi Prietto, entonces subido a Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. “Un amigazo”, lo define.
Todo surgió de encuentros en torno a la música, de compartir fechas y conocimientos para producir. Poco a poco, Shaman fue perdiendo interés en el cine y comenzó a estudiar sonido con la idea de grabar bandas. “Era todo medio caro en esa época: ir a grabar un disco era caro, pagar las horas de mezcla era caro. Entonces queríamos abaratar costos: yo aprendo esto, vos aprendés lo otro, y entre los dos hacemos algo”, recuerda.
Así se fueron gestando los vínculos y a partir de su experiencia e interés se convirtió entonces en un actor central en el trabajo con el sonido de otras bandas. Produjo la trilogía de El Mató: Navidad de Reserva, Un millón de Euros y Día de los Muertos. Participó y también produjo a La Patrulla Espacial, la banca de sus amigos comodorenses Tulio Simeoni, Tomás Vilche, Werner Schneider y Lucas Borthiry. Se sumó a Sr. Tomate y colaboró con Güacho, el trío tolosano de hard blues. La lista de proyectos en los que sumó su aporte es interminable.
El disco en conjunto Elesplit que grabaron en 2009 es una demostración acabada de ese espíritu colaborativo y fraternal. “Un fin de semana nos juntamos un grupo de amigos, nos amuchamos en busca de nuevos sonidos para pasar el rato y entre Sr.Tomate , Shaman y Los Hombres en Llamas y Prietto viaja al cosmos con Mariano, sembramos ELESPLIT”, reza el prólogo del álbum.
Con Maxi Prietto además de una amistad construyeron un prolífico cancionero y mil proyectos. Cada uno por su lado, pero generando un vínculo que se retroalimentó desde aquella época de surgimiento, cuando se conocieron de casualidad subiéndose al mismo bondi. Fue a la salida de una clase de Sonido, a unas cuadras del cementerio de la Chacarita. “Nos tomamos el mismo bondi y nos pusimos a charlar e intercambiamos grabaciones ´¡Guau, este pibe!’ dije. Flasheé”.
Cuando se encontraron, tanto Prietto como Shaman estaban comenzando a pergeñar sus bandas más disruptivas: Shaman y los Hombres en Llamas y Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. “Esa fue la primera vez que pensé que algo que yo hacía realmente le podía gustar a otro”, dice el guitarrista y cantante de Los Espíritus sobre ese encuentro. A partir de entonces fueron muchos los viajes que hizo hasta la casa de Shaman en el barrio Mondongo de La Plata para juntarse a zapar, grabar, producir. De allí surgió por ejemplo, Varios Artistas Volumen 1, donde junto a Werner Schneider mostraron los climas experimentales y psicodélicos de esas reuniones.
Fue casi por decantación que Shaman terminó haciéndose cargo de los primeros registros de Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. En una crónica escrita en noviembre de 2005, el propio Prietto recuerda una de esas jornadas. “Hoy partimos con Marian a La Plata a grabar a un estudio. Cargamos la batería, el ampli y otras cosas en La Gorda (la camionetita) y fuimos bajo un día calurosamente espectacular. Por la autopista escuchando Jonathan Richman and the Modern Lovers me sentía en los cincuenta, en una ruta estadounidense. El vientito entraba por la ventana y estuvo re bueno. Estuvimos varias horas transpirando en ese lugar. Después nos volvimos de lo del Shaman y vimos la noche hacerse ahí en la ruta… ahora me siento que viví muchos días en uno”.
A los pocos días, el sábado 3 de diciembre de 2005, en el patio de la casa de Tulio Simeoni, zona sur del cuadrado platense, tocan Prietto Viaja al Cosmos con Mariano y Menashatrua. Una combinación entre Shaman y Prietto que se va a repetir infinidad de veces en los escenarios de La Plata y Buenos Aires, también junto a un montón de bandas amigas.
Otoño
Casi 13 años después, en esa misma casa, también está sonando Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. Es el disco doble del 2011 Le Prièt VAHA-CHOSMOS E-BA CON MAOURIAN!!!. Cuando suena “El Monstruo”, Shaman abre una tangente sobre algo que está contando y afirma vociferando, extendiendo una mano al aire como para que se le preste atención a lo que suena: “Una de las mejores canciones que se han compuesto”.
Shaman está de visita en La Plata. Vino a tocar, a grabar y a producir. Desde que partió a Epuyén ese fue el plan: venir dos o tres veces al año para tocar con sus amigos, presentar las canciones de sus proyectos, grabar algunas cosas y producir otras. Es junio y es la segunda vez que viene este año. La primera fue en marzo para presentar “Govinda”, adelanto y última canción de El Primero es el Último. La próxima vez que venga será para la presentación del disco y será en octubre. Pero en esta oportunidad viene sobre todo para hacer “Shaman y El Fuego”: cuatro presentaciones en cuatro noches en cuatro ciudades distintas; grabación de nuevas canciones en Buenos Aires; producción en Bernal; entrevistas y sesión de fotos.
“El Fuego” surgió con la idea de desempolvar las canciones de Los Hombres en Llamas que Shaman había dejado de tocar, perdido en el universo de otro proyecto, Los Pilares de la Creación. Pero con una vuelta de rosca; de la Big Band que supieron ser Los Hombres en Llamas al formato trío de El Fuego con el condimento especial de la tuba aportando en los bajos, además de la batería de Tulio Simeoni y guitarra acústica (ocasionalmente bajo eléctrico) y canto de Shaman.
El nuevo proyecto tomó envión y están ensayando por primera vez canciones nuevas, exclusivas para esta formación. Son las canciones que Shaman compuso allá en el bosque, debajo de un ciprés, con la respiración helada de la montaña y el sonido del río pasando cerca.
Los Hombres en Llamas también empezaron siendo un trío. “A mí las bandas siempre se me van de las manos cuando empiezo a pensar en las canciones en que quiero más cosas: acá quiero unos caños, entonces invito a los caños, y vienen y tocan y ‘che está re bueno’, y así fue que terminamos siendo nueve en la banda”, dice.
Diadema es el nombre del primer trabajo de Los Hombres en Llamas. Salido en 2006, lleva el nombre del barrio petrolero donde Shaman vivió su infancia. Después vino Respiran Humo, en 2008, también en formato trío. Para En el Mundo del Fuego, Shaman ya empieza a incorporar a músicos que brindan otros matices a una obra conceptual que quedó amputada “por algunos temas que no estaban a la altura del todo”, admite. En el disco del 2011, el conocido popularmente como el plateado, se nota una banda consolidada y un laburo de producción –en colaboración con Daniel Melero- que brinda una obra elevada. “En el Mundo del Fuego es más literal, el plateado va hacia algo más profundo, está contando algo de adentro”, afirma.
En 2013 formó Los Pilares de la Creación. Allí, Shaman se junta con Alejandro Bertora, Eduardo Morote y Adrián Conti. Hay otro anclaje, otra perspectiva, en formato de rock clásico de guitarra, bajo, batería, teclados más algunos aportes de mandolina. Pero los proyectos de Shaman parecen estar destinados a fluir en una dinámica de búsqueda.
La obra de Los Pilares, también, fue elevándose, mutando, cambiando la piel. Con un primer disco homónimo de 2013, donde hay algunas canciones viejas revisitadas en este formato junto con otras pensadas exclusivamente para Los Pilares; luego vino Quimera, una obra para la banda sonora de la película Arriba quemando el sol; en 2015 Sueño Real, producido por el mexicano Neto García. “Es un disco más industrial, es el disco que mejor suena, pero el que menos mío siento”, admite Shaman. Ahora, El Primero es el Último.
Y lo que vendrá: las nuevas canciones de El Fuego, que están tomando forma en la sala de ensayo de la casa de Tulio. Es un cuartito que da a la calle, separado de la casa. Algunas frazadas tapan lo que parece ser una cortina metálica en lo que parece haber funcionado como garaje o almacén. En una de las paredes cuelga un afiche de una presentación de Shaman y El Fuego junto con Fútbol y, más arriba, hay un grafitti que dice “Tu Hermana”, el nombre de la banda en la que toca la compañera de Shaman, Regina Uribe. Sobre el marco de una ventana está el librito del potente y volador primer EP de La Patrulla Espacial, Boggie en la Luna, cuya tapa es de Santiago Barrionuevo y en el que Shaman mezcló y produjo.
Aunque en la sala entran bastante apretados, las noches ya comienzan a estar frías y se siente. “¿Si hacemos un fuego?”, propone Tulio y tanto puede estar hablando de una fogata como de lo que sale cuando hacen música juntos. Con unos sutiles toques de batería que, en algunas canciones, se van transformando en intensos y machacantes (al estilo Hombres en Llamas), con los armónicos de la tuba que galopa como un corazón fuerte y sediento, y el Shaman como comandante del hechizo. A veces se calza el bajo, en otras la guitarra. Así van definiendo las canciones que al otro día grabarán y que saldrán a la luz en algún momento del año que viene.
Una de las canciones habla de una persona que vive en la calle. La intemperie lo castiga hasta que una niña “sin miedo” le ofrece comida, lo rescata, le da refugio. “Solo no voy a estar nunca más”, jura, a través de la voz de Shaman. Otra, de hermosa melodía e imaginario luminoso, dice: “Pensamos en vivir de la mañana/ absorbiendo el primer rayo de sol / Hoy aquí es eterno y la veo crecer/ sembrando las semillas del adiós / Es que aquí, lo siento, podré querer / creando otro camino al volver”.
Invierno
Cuando se despierta el sol aún no ha salido. Es la hora en la que el frío pega con más intensidad. La cabaña le da refugio. Del otro lado de la ventana empiezan a distinguirse pitras, cipreses y radales que, cubiertos por un manto blanco, descienden hacia el río y se cortan sólo por el hilo de agua, para continuar del otro lado. Vivir al pie de una montaña, en plena cordillera, no es tarea fácil y el invierno entrado obliga a meterle leña a la salamandra.
“Me levanto a las cinco y media de la mañana. Tengo que prender fuego para cuando se levanten las chicas; para que esté calentito”, cuenta Shaman. Para llegar hasta su hogar hay que cruzar una pasarela que atraviesa el río y seguir caminando por la ladera de la montaña, entre el bosque, hasta un risco. Ahí está su casa y en su casa, El Observatorio, el estudio-altillo con vista al valle de Epuyén: “Arriba tengo un altillo, que al tener el techo muy bajo solo entro agachado; me siento y no me puedo estirar hacia arriba. Pero estoy ahí. Es como una nave espacial chiquitita”, dice. Desde ahí la vista es superior y los sonidos de lo nuevo alcanzan la mixtura necesaria.
Desde el año pasado, que emigró hacia el sur con las grabaciones abajo del brazo, Shaman estuvo trabajando en El Observatorio sobre la mezcla de El Primero es el Último, el disco que salió en julio pasado y que muestra nuevos matices de la banda, donde se incorpora piano de la mano de Julián Rossini y tuba a cargo de Pablo Girardín, además de una orquesta de cello, violín, viola, trombón y clarinete que crea una atmósfera de encanto, seducción y misterio, como cuando Alicia persigue al conejo blanco.
La incorporación de la tuba a Los Pilares de la Creación habla de esa sed creativa y experimental de Shaman. Imaginar, probar,indagar y jugar: “Me hice amigo de Pablo y un día lo invité a un ensayo de Los Pilares. Empezamos a zapar, yo tiré unas ideas, porque quería hacer un tema de Luzmila Carpio en quechua, lo hicimos y fue saliendo. Siguió yendo a los ensayos y así, de forma natural, se fue incorporando. Cuando pudimos hacer coexistir y ver cuál iba a ser la manera, ya empezamos a pensar los temas con esa impronta de complementación entre el bajo y la tuba -explica-. Son dos instrumentos muy graves y en las grabaciones se pone complejo porque necesitan mucho espacio. Había que hacerlos combinar para que entre los dos hagan una sola línea de bajo”.
La incorporación de Rossini al piano le permitió al Shaman concentrarse en potenciar el canto y no estar tan pendiente de la guitarra. Además, fue el encargado de traducir y llevar a la práctica las ideas de Shaman con respecto a la orquestación.
“Podría ser el último o podría ser el primero. La idea de pensar mi propio arte en un sentido de transmutación. De pensar en el infinito, en el eterno retorno, en el no-tiempo, en dónde arranca algo y dónde termina; y sí eso es el final o en realidad el principio de otra cosa», explica.
Y otra vez primavera
El Alero del Shaman es un sitio arqueológico ubicado en el Parque Nacional Los Alerces. En las paredes de piedra de una especie de cueva hay pinturas rupestres hechas por una comunidad hace aproximadamente 3 mil años. El Alero está a orillas de un río. El refugio y el agua son indispensables para sobrevivir y en el caso de Shaman también para hacer arte.
El bosque cruzó toda la vida de Shaman. Cuando era chico, con sus padres y hermanos. De adolescente, con su compañera. “Con Regi nuestros viajes de pareja siempre eran de mochileros al Parque Los Alerces, el Bolsón, Epuyén…”, recuerda. “Tengo los mejores recuerdos de ese lugar. Siempre me marcó. Siempre fue una historia muy recurrente que yo contaba: ´no, no sabés en Epuyén, esta gente que vive ahí no sabes el lugar donde están: el mejor lugar del mundo´”..
Por esa misma ruta 40, que conecta los pueblos de La Comarca, en dirección sur unos 200 kilómetros hay un cartel que marca el desvío hacia la Aldea Shaman, un paraje abandonado donde hace varios años funcionó una escuela rural. Ese es el sitio de donde la pareja Herrera, en un viaje a fines de los ’70, tomó prestado el nombre para llamar a su hijo.
“Cuando tenés un hijo crees en dios”, dice Shaman, “a mí me pasó eso: ´ahh dios existe. Mirá lo que puede salir del amor’. Pero es un dios que no está representado en ninguna figura. Si creo en una energía que une a todas las cosas y a todas las personas”. La canción dedicada a su hija, que cierra El Primero es el Último, habla de ese sentir y del destino que hoy eligen. “Cuando nació Govinda, ahí como que todo se potenció. Entonces como que fue muy natural la elección del lugar. Como que era ese”, dice.
Siguiendo rumbo sur la ruta 40 empalma con la 26, que atraviesa la meseta, el desierto, el viento y culmina (o empieza) en Comodoro Rivadavia. “Mi identidad se formó a partir de mi lugar de origen. ´Yo soy esto porque vengo de acá´, bueno hablemos de eso. O sea no “hablemos de eso”, sino que eso me sirve de inspiración, mi lugar. Situar lo que imagino, cada canción viene del imaginario y las imágenes son esos lugares. Es un lugar que lo siento muy profundo”, dice.
Todo este trayecto de caminos atraviesa la vida de Shaman Herrera y sus canciones son ese círculo que traza con su andar sereno, con la guitarra en el regazo, debajo de algún árbol o sobre un escenario, para sacar la voz, la hipnótica voz de juglar patagónico y contar de dónde viene y hacia dónde va. “Siempre voy un poco en busca de la profecía en la canción. Ahora que estoy viviendo en Epuyén me di cuenta que mis canciones hablan de lo que me pasaba cuando iba a ese lugar. Todas y cada una de mis canciones, desde un plano muy profundo, siempre me hablaron de ese lugar”.