Ramiro, el Mister, yo y nosotros.
Periodista: Juan Facundo Díaz
Fotógrafa: Mecha Durand
Diseñador: Agustín Forestieri
Ramiro García Morete, el Mister, el cantante y guitarrista de Las Armas Bs. As., acaba de editar Mixtape, su nuevo disco solista. Juan Facundo Díaz charló con él sobre la exploración de nuevos sonidos, el coqueteo con el hip hop, los amigos, la poesía, el valor como rapero de Muhammad Ali y la magia de Magic Johnson.
Ramiro se acomoda en el sillón del living de su casa y pone sobre la mesa ratona una tarta de verduras que cocinó a la tarde. Al lado del plato hay una armónica, latas de tabaco, un pin de Harley Davidson y una calco con brillos de Daptone Records. En la parte de abajo hay varias biografías de Bob Dylan, un libro sobre Elliott Smith y algunos ensayos de Simon Reynolds. Y es que los artistas favoritos de Ramiro García Morete, el Mister, el cantante y guitarrista de Las Armas Bs. As., el ex integrante de Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete, el joven enérgico de La Colifa -y tantas otras facetas-, son tipos como, justamente, Bob Dylan, personas infinitas. Personas que no cambian por seguir alguna corriente, sino para perseguir la propia sin dejar de ser ellos mismos. Artistas como Ramiro, también, son poliédricos: mientras muestran cómo brilla una de sus caras, las otras no dejan de estar allí. Cuando muestran un costado, los otros no desaparecen. Así es como conviven en él el folk, el rock and roll y todo lo que reúne Mixtape, su nuevo álbum solista: soul, hip hop y R&B.
“Si no grababa este disco me moría de tristeza”, suelta. “Tengo y tuve problemas. En un momento fue necesario estar en esa cápsula que es lo único que me interesa: grabar. Soy feliz grabando”, dice. Ramiro renguea y mueve sus patas flacas y eternas de un Elvis desgarbado de la cocina al living con paso cansino. A la salida de un recital de Las Armas Bs. As. en una madrugada porteña de hace un tiempo lo llevó por delante un taxista que no frenó para ver cómo estaba y le dejó una pata rota. “Ahora no me dejan mis pies, pero yo tengo que estar moviéndome. Estas canciones fueron la forma que encontré de moverme. Quizás Mixtape no es tan dramático en su contenido como fue El Olor de la Sangre (2012), pero es el más vital de todos los discos que hice porque además de que tenía la necesidad, el álbum expresa ese amor por la música y es como una gran celebración”.
Para construir el vínculo entre su historia y el sonido de Mixtape, el Mister suelta la primera gran afirmación: “Los mejores raperos del siglo XX son Muhammad Ali y Bob Dylan”. “Ali fue un icono de la cultura negra y defendió con puños y agallas lo que decía con la boca. Representa varios de los principios del hip hop: uno es la autonomía y el orgullo en sí mismo. Él representó ese orgullo. Soy negro y soy hermoso. Demostró que se podía ser guapo, elegante e inteligente”, dice. “Muhammad Ali tenía un sentido del ritmo impresionante tanto para boxear como para hablar. Tenía flow, básicamente. Hablaba rapeando, sus entrevistas eran con rimas. Para mí es más importante que Tupac. Más hip hop que Ali no se puede ser”.
“A Dylan, por su parte, lo podemos discutir”, admite. “Como todo lo que hace, Dylan es el mejor referente y a la vez el peor. En los 60 tuvo un vínculo con la rima que es muy del hip hop de hoy. Hacía juegos de palabras, no estaba todo el tiempo rimando desde la profundidad sino desde el puro ritmo”, analiza.
Cuando Magic Johnson salió de la secundaria siendo una estrella de la liga, emigró hacia la universidad de Michigan. Para seducirlo, el entrenador le prometió que no lo haría jugar de ninguna posición particular sino que más bien le permitiría hacerlo bajo el estilo Ervin Magic Johnson. “La tarea de Ervin era distribuir el balón y eso fue lo que hizo. Es un mago, y por eso lo llaman Magic. Él sabe darle el balón a la persona correcta, en el momento preciso y en el lugar indicado”, decía su director técnico. La remera de los Lakers con el 23 y el “Johnson” estampados que Ramiro luce en la tapa de Mixtape son el homenaje a quien él reconoce como la máxima influencia en su vida y su primer gran héroe. Para el Mister, Magic no fue el mejor basquetbolista de la historia, fue directamente el básquet. “Tenía esa noción del individuo al servicio del colectivo y el colectivo siguiendo a un individuo pero desde el lugar del líder, no del ego. Eso me parece fundamental para cualquier construcción colectiva, sea un equipo de básquet o una banda musical. Magic era la estrella pero hacía brillar al resto y además tenía brillo propio”.
Ramiro incorporó una de las máximas enseñanzas de Magic Johnson en el verano de 1989. Su familia veraneaba en San Bernardo y allí el niño fanático del básquet consiguió una revista española con estadísticas de la temporada de la NBA. “Había un listado que mostraba que el tipo con más pelotas perdidas de la liga era Magic y el segundo era Michael Jordan. Los mejores. Eso te enseña todo, ahí entendí un montón de cosas. Los mejores eran los que más pelotas perdían, porque lo intentaban. Así de sencillo”, dice.
Tiempo después, a sus 12 o 13 años, Ramiro se encontró con la biografía de Magic y fue el primer libro largo que se devoró. ”La primera vez que leí acerca del P-Funk fue ahí”, recuerda. “En un momento cuenta que un jugador tuvo una lesión muy extraña en un hombro y descubrieron que era porque llevaba el grabador gigante posado. Habla de The Temptations, The Supremes. Había fotos de él en el 78 mientras jugaba en la liga universitaria y era lo más funky que se puede ser”.
Ramiro no se crió en una casa de músicos pero sí en un ambiente en el que se escuchaba mucha música. En su casa, y a sus siete años, pudo usar un grabador de doble casetera para jugar con sonidos, pistas y su propia voz entre dos cintas y así hacer canciones. “No sé si era el año 90 o 91, pero una vez me acuerdo que, acostado en el piso del living, sintonicé una radio perdida que pasaba Betty Smith y todo ese blues. Una vez grabé el solo de guitarra de Have you ever loved a woman de Eric Clapton. Tenía también un tecladito Hitachi que tiraba bases R&B automáticas y yo jugaba improvisando una letra que hablaba de un hombre y su piano. Cuando llegaba el momento del solo, y como yo no sabía tocar la guitarra, le daba play a la otra cinta con Johnny Johnson tocando con Clapton. Esos casettes los perdí. Me acuerdo y me quiero matar”.
Entre esos juegos con la doble casetera, la escuela primaria al lado de la vía en 1 y 38, los amigos del barrio y las primeras aproximaciones lúdicas a la canción nació su primera banda: los Bati-Locos. Casi como una pandilla, Ramiro era Rata Smith, Edu Morote (Shaman y los Pilares de la Creación, Sr. Tomate, Sara Hebe, etc) era Edu Chain, Hernán -un amigo de la escuela- era Lagartija Jones y el otro Hernán -el hermano de Ramiro- era Cherry.
“Estaba de moda todo lo que tenía que ver con Batman, todo era Bati-algo. Así fue que nuestra banda se llamó los Bati-Locos”, recuerda ahora Edu Morote entre risas. “Empezamos a hacer música con lo que teníamos. Ramiro tenía un teclado, yo usaba las pelotas de básquet, ollas y unas cajas de cartón para hacer la percusión. Él siempre fue el encargado de las voces y las letras, tenía mucha inventiva”, dice. “Me acuerdo de un tema que era con la canción i just can’t get enough de Depeche Mode. Cambiaba la letra y contaba la historia de un DJ y su casco. Recuerdo cantarla en algún micro yendo en un viaje de la escuela”.
Unos años después de esos juegos de niños, fue Edu también quien le abrió un nuevo camino al Mister. Unas vacaciones de verano de la familia Morote, Edu encontró una disquería sobre la peatonal de Mar del Plata y, entre casetes grabados y remeras importadas, se compró una de Beastie boys. “Esa fue la primera vez que me llegó lo más parecido al rap en mi vida. Un día lo vi a él con una remera de los Beastie Boys y me volví loco”, recuerda Ramiro. Edu, por su parte, iba a la secundaria junto con Sebastián Doma y Matías Chaume, hoy integrantes de El Perrodiablo. “Doma tenía cable en la casa y podíamos ver MTV. Ahí aparecieron los Beastie Boys y nos encantaron. El video, la música, no lo podíamos creer. Teníamos la data de un medio hermano de Sebastián que nos traía cassettes grabados de Parque Sarmiento y ahí empezamos a conocerlos mucho más. Lo que más me impactó era el mix entre samples, beats, batería, bajo y guitarra. Nos volvía locos”, recuerda. “Los chicos luego hicieron Psicovendeta, uno de los primeros grupos de hip hop acá en la ciudad”, cuenta.
Cuando le quitaron la licencia para boxear luego de haberse negado a pelear en la guerra de Vietman, Muhhamad Ali se dedicó a dar conferencias en universidades por todo Estados Unidos. En 1975, frente a un grupo de estudiantes de la Universidad de Harvard, dio un discurso sobre cómo él no había tenido posibilidades y ellos sí, por lo que debían aprovecharlas y utilizar esa energía en crear un mundo mejor. Sobre el final, un estudiante le preguntó si podía regalarles un poema y allí fue cuando el boxeador pronunció lo que es considerado como el poema más corto de la historia: “Me. We” (“Yo. Nosotros”).
Con esas palabras de Ali rebotando en su cabeza Ramiro ha sabido construir y explorar un pequeño universo en el que habitan las canciones de todas las bandas que ha integrado. Sin embargo, esa tarea jamás podría haberla llevado adelante de forma solitaria. “Las bandas son bandas, estás constituido por el otro, por esa asistencia y devolución”, dice. “Este disco fue hecho por Lucas Gregorini y participa Amparo Torres de Isla Mujeres con su voz. Cuando encuentro un sonido y un lenguaje, todo un recorrido y sonoridad, lo mejor que me puede pasar es cruzarme con mis amigos en la sala de ensayo o en la misma grabación. En ese momento, por suerte, ocurre algo y no suena tal y como vos lo planteabas en el inicio. Ahí está el ‘We’ del poema de Ali”.
Si bien es un disco que escapa a los sonidos que Ramiro venía abordado en Las Armas Bs. As. (un grupo más asociado al rock and roll y al soul bonaerense, ese género musical y estético que el Mister creó junto a Pedro Bedascarrasbure, el cantante de Tanque), Mixtape tampoco llega a ser plenamente un álbum de hip hop. “Es un disco de canciones y sonidos, algo que hice toda mi vida: seguir el sonido. Por ejemplo, los chicos de Viedma Tripulación no escuchan rap en mi disco. Ellos me escuchan a mí haciendo canciones”.
Si en su naturaleza las canciones no se vinculan directamente con el hip hop, el sonido tampoco cae sobre los lugares comunes de los máximos exponentes del género. “Por suerte no suena a Compton, East Side, West Side o Nueva York -destaca Ramiro- Para eso debe estar lleno de productores copados en Capital que imitarán perfecto el sonido de Childish Gambino o de Travis Scott. Yo tengo a Lucas en Ringuelet y nadie suena como él. Supongo que ahí está lo bonaerense. Con Las Armas Bs. As. nunca planteamos hacer soul como Motown ni blues como en el Mississippi. ¿Por qué plantearía yo hacer r&b o hip hop como allá?”.
“Por más que uno quiera caer en los sonidos y las formas de otros, siempre se va a estar escapando la propia mano y la propia impronta”, dice Lucas mientras toma distancia de las influencias del género. “Me parece que ahí está la gracia y el peso artístico. No me gustan las bandas que dan la sensación de que están día y noche estudiando a su banda favorita para después hacer algo y que el mayor elogio sea ‘te pareces a tal’”.
La relación entre ellos se remonta hace 12 años y las aventuras juntos en Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete. En 2018, Lucas produjo El Camino no Elegido, el último disco de Las Armas Bs. As. y además pasó a formar parte estable del grupo. Para Mixtape repitieron la fórmula y se paseó entre labores de producción y musicales. “En mi caso no soy alguien muy empapado a nivel hip hop -admite Lucas-. Eso permitió manejarme con cierta libertad y desprejuicio entre las canciones y favoreció bastante al disco. Quizás alguien que esté más ávido en la materia pueda encontrar de dónde viene tal o cual referencia, yo no estaba atento a esas cosas porque básicamente desconozco a ciencia exacta las particularidades de cada movimiento”.
La geografía que se filtra en la lírica del Mister siempre estuvo presente en las canciones de cada uno de sus diferentes proyectos, al punto de ser uno de los músicos que más le ha cantado a La Plata en los últimos años. “Carta abierta a LP”, la canción que hizo las veces de disparador y adelanto de todo el proyecto, juega con la referencia a “An open Letter to NY” de Beastie Boys. De igual forma, y por la relación de amor-odio que Ramiro tiene con la ciudad, podría haber sido “NY I love you, but you bring me down” de LCD Soundsystem. “Parafraseando a Robert Frost, lo mío con La Plata es una pelea de enamorados. Nací y moriré aquí contra mi voluntad. Pero lo cierto que en Nueva York o La Plata, las canciones no son sobre lugares ni personas. Son sobre ideas y emociones, a las que a veces le ponemos rostros o geografías”.
“La escritura, en mi caso de canciones, también tiene mucho que ver con ese Me y We. Lo particular puede aparecer si es en servicio de lo universal, lo colectivo. Lo mismo, a su forma, lo colectivo”, dice Ramiro tejiendo el puente con el poema de Ali y su visión del mundo. “Si hago una canción sobre una ruptura es porque entiendo que incluye a otros. No es mi anécdota. Y, en igual medida, si escribo sobre algo social es porque me afecta a mí”.
Ramiro sabe muy bien que la mejor salida siempre es a través. Para salir de los problemas, del pozo, de la meseta o los chaparrones, Ramiro pasa a través de todo experimentando con las canciones y junto a sus amigos. “Nunca me gustó tanto tirar al aro como dar una asistencia”, dice ahora, mientras vuelve a pensar en Magic Johnson. “Yo siempre fui el base, el cantante o el que pasaba música por la necesidad de unir las partes. Disfruto en eso de juntar cosas o personas que me fascinan y así construir algo. De eso se trata la cultura popular, la tradición oral o el sample. De eso se ha tratado siempre mi vida. Yo, nosotros, como Ali. Contener multitudes, como Walt Whitman. Yo soy lo otro, como Rimbaud. Quizá ya no anhelo que alguien cante mi canción, sino que una parte de alguna de ellas sea un sample en la próxima canción de otro”.